Mariano Rajoy Brey ha sido el ganador indiscutible de este segundo round electoral. El centro derecha, la ideología dominante. El Partido Popular y PNV, la derecha conservadora, más Ciudadanos y Convergència, el centro liberal, suman 182 escaños, mayoría absoluta de sobra. El PP, además, tiene mayoría absoluta en el Senado, fundamental para cualquier reforma constitucional. Tras dos elecciones en pocos meses, el cambio ha sido sutil pero determinante. La ola populista finalmente no ha devenido tsunami y el líder conservador la ha surfeado con suficiencia, mientras se fumaba un puro y hacía gala de aquello que le enseñó otro gallego triunfador y conservador, Camilo José Cela: «En España, el que resiste, gana».

Podemos amenazaba con adelantar al PSOE en escaños y votos, el famoso sorpasso. Pero finalmente ha sido el PP el que ha dado, permítanme el (mal) chiste, un sopappo a todos. En marketing es un axioma que ante la incertidumbre los consumidores eligen las marcas conocidas. Y eso vale para comprar cereales o votar a los partidos políticos. En un clima de gran inestabilidad, aumentada además por el resultado del Brexit, el PP de Rajoy se ha convertido en un valor refugio. Más vale la barba antipática conocida que la barba sonriente por conocer han sopesado los electores. Lo que se ha traducido en un voto oculto al Partido Popular no fuera que llegaran los «okupas anticapitalistas» de Podemos. Un voto avergonzado que ha despistado a los encuestadores hasta el ridículo. A la hora de elegir entre los corruptos y los iluminados por lo menos los primeros son inteligentes, han debido de pensar en Valencia, que han sufrido tanto a Rita Barberá como a los de Compromís-Podemos.

El triunfo de la derecha tiene mayor mérito porque ha sido contra unas encuestas que poco menos que elevaban a Pablo Iglesias a presidente del Gobierno y a la santificación laica. Y contra la plaga populista que está poniendo contra las cuerdas al resto de líderes occidentales. Matteo Renzi ha salido descalabrado en las municipales italianas por la extrema izquierda, David Cameron ni les cuento con lo del Brexit mientras que Angela Merkel y Hillary Clinton se tendrán que enfrentar a sus propios fantasmas populistas de extrema derecha.

Los grandes perdedores han sido Pedro y Pablo, Sánchez e Iglesias. Y, sobre todo, la izquierda española, perdida en una disputa entre «mencheviques» y «bolcheviques», entre apocalípticos e integrados, que está desintegrando el socialismo español huérfano de referentes intelectuales. O, mejor dicho, desgarrado entre una socialdemocracia perdida en un pragmatismo romo y una revolucionarismo de opereta bufa.

La sutil diferencia entre diciembre y junio es que el electorado ha vuelto a insistir en la necesidad de un gobierno de coalición pero esta vez ha dejado mucho más claro que debe estar presidido por Mariano Rajoy y orientado hacia el centro derecha. Así que Albert Rivera debería comerse su promesa de no pactar con el líder de los conservadores, mientras que por la parte nacionalista se abre la posibilidad de llegar a pactos tanto con Urkullu como con Puigdemont. En ese sentido, García Margallo es el gran referente dentro de los populares para abrir una negociación que implique más concesiones federales a las «nacionalidades». No es que me entusiasme la idea, todo lo contrario, pero creo que será lo más probable dada que Rajoy hará todo lo necesario para mantenerse en el poder. No había visto a nadie más astuto, taimado y despiadado desde Keyser Söze en Sospechosos habituales.

El horizonte político y económico en la escala global es angustioso. Mientras la Unión Europea está en una crisis de identidad nunca vista tras la espantá británica, y los Estados Unidos están sumidos en una crisis populista inédita con el ascenso de Donald Trump, Vladimir Putin y Xin Jinping se ponían de acuerdo en Pekín para consolidar una pinza que consolide sus regímenes autoritarios frente a las democracias occidentales. En este contexto cabe subrayar que la mañana de las elecciones Albert Rivera tuiteó una foto en blanco y negro de Adolfo Suárez y Felipe González yendo de la mano en los años de la Transición. Es necesaria más que nunca la grandeza de la visión de aquellos dos grandes estadistas. Si ellos se pusieron de acuerdo, sería peor que un crimen, un error, que de estas elecciones no surgiese un gobierno sólido y estable que sea capaz de liderar no solo a España sino también a Europa.

* Profesor de Filosofía