En 1516, Nicolás de Maquiavelo le escribió a Lorenzo de Médicis: «Quienes desean ganarse el favor de un monarca, muchas veces se le acercan con las posesiones más valiosas a sus ojos, o las que será de su agrado. Así, se regalan frecuentemente a los monarcas caballos, armaduras, paños de oro, piedras preciosas y ornamentos semejantes, que se consideran dignos de su eminencia social». Sin embargo, Maquiavelo consideró más valioso dedicarle El Príncipe, ese tratado de politología de cuyo agudo cinismo han bebido tantos estrategas a lo largo de los siglos. Se dice que el mismo día en el que Maquiavelo trató de ganarse el favor de Lorenzo el Magnífico con esa sibilina adulación, llegó otro meritorio que le regaló al Mecenas un par de galgos. Al parecer, Lorenzo de Médicis no prestó mucha atención a ese libro capital del Renacimiento --puede que ni lo leyera--. Mas esa misma tarde paseó a los dos galgos.

Maquiavelo puede quedar muy lejano para la trova soberanista. O acaso son muchas las fuentes en las que fundamentan ese condimento de acción provocación: desde la estética narcisista, con querencia a ahogarse en un complejo de superioridad, a las rendijas de Hessel con esa naftalina excluyente que reinterpretó en Cataluña la eclosión del 15M --la crisis como espita al descontento y un Gobierno que excesivamente dormitó y aplicó un error de cálculo al considerar un soufflé el problema catalán--. Obviamente el favor del monarca ya es el favor del pueblo, y si teledirigir a las masas ya era difícil en los prolegómenos de los absolutismos, imagínense en estos tiempos, en el que el vadeo mediático se maneja, ya no con pulgares alzados, sino con pulgares tecleados.

Pero han llegado los galgos, cánidos que asociamos al ansia y al hambre; a tiempos escuálidos y las prisas venideras. Unos galgos que se llaman Corporaciones, que sin botas de siete leguas se plantan en un plispás en otras Comunidades Autónomas, y que al cambiar su sede social a Alicante, Valencia, Madrid o Palma bendicen a estas ciudades con los efectos colaterales del impuesto de sociedades. El ful secesionista llegará hasta el final, una DUI que es un DIU, el anticonceptivo a una arrogancia que desprecia al próximo y desbarata las reglas del juego si los dados no les son favorables. Habrá declaración de independencia de vendedores ambulantes: a cómodos plazos, con la retórica programática de hacer casi cumbre, pero ahora tocará edulcorar la otra transición, la que sirva para digerir tamañas contradicciones, si antes no se fagocitan todas las familias del procés.

Habrá huida hacia delante, como pronostican los manuales suicidas. Y luego quedará un tiempo para despanochar rencores y entender que el problema catalán es mucho más que un toque de firmeza y de templanza. Pero ahora es el tiempo de los galgos, los lebreles que en Vía Laietana han desmontado a separatistas trileros. Es tiempo de grandezas y de evitar que se secuencien buhoneros, esos que sostienen el pulso para en el último minuto posicionarse con afanes electorales. Antes de que Hegel describiese la curvatura de la Historia, Maquiavelo untó de cinismo el gobierno de los príncipes. Pero, por favor, no desprecien a los galgos.H

* Abogado