Los separatistas catalanes no logran sellar un acuerdo para ir a la investidura del nuevo presidente de la Generalitat. Superado el dificilísimo Anapurna de sustituir a Puigdemont, perseguido por la justicia y fugado de España, por Jordi Turull (u otro, quien sabe), todo parecía allanado. Pero no es así. Están atrancados en la composición del Gobierno autonómico y, sobre todo, en quien controla el dinero del Grupo Parlamentario de Junts per Catalunya, y más allá, y quien gestionará el Presupuesto de la Generalitat. Porque Puigdemont exige una asignación suficiente y garantizada que pague su exilio. Se estudian varias fórmulas, pero la que más consenso parece obtener es la creación de una fundación privada (el adjetivo aquí es muy relevante en esta semántica de las imposturas) que dé cobertura económica a Puigdemont, ahora en Waterloo, en su exilio propagandístico.

Y el señor de Girona no se conforma con poco. Al parecer necesita en torno a 25.000 euros al mes para sostener los gastos corrientes: su asignación de presidente de la Generalitat, las nóminas de escoltas y otros ayudantes de secretaria, así como el alquiler de su casa. El boato del presidente de la Republica de Cataluña en movimiento iría aparte. Pero, claro, como este dispendio «tan necesario» no puede salir del Presupuesto de la Generalitat, «que sería lo suyo», no tienen por qué satisfacerlo de su bolsillo los patriotas catalanes, a pesar de que la fundación se inscriba y defienda como privada. Por ello, nuestro exiliado principal quiere controlar la asignación anual del grupo parlamentario de Junts per Catalunya, unos 4 millones de euros. Y es aquí donde se atranca la investidura de Turull, o quien sea, prevista para la semana que entra. Estamos, pues, ante otro episodio increíble de la fuga de Puigdemont, un viaje que parece escrito por el más delirante de los novelistas de ciencia ficción, pero que, al ser real, deslumbra por la fuerza que adquieren unas andanzas que derrumban no pocos muros de aquella parte de nuestra reciente historia que, parafraseando a Muñoz Molina, creíamos más sólida.

Sin ir muy lejos, crece la certeza entre europeos de que realmente Puigdemont es un exiliado, y Antoni Comin, y Meritxell Serret y la reciente Anna Gabriel, que se atrinchera en Suiza. Porque a la palabra exilio, que nuestro diccionario define como «expatriación, generalmente por motivos políticos», se le va construyendo una nueva semántica. Ahora exiliado también puede ser aquel ciudadano que comete uno o varios delitos en su país y huye de él porque cree que no va a tener un juicio justo; que se le persigue por unas ideas legítimas y no por las infracciones cometidas.

Esta nueva definición de exiliado la creen a pie juntillas la inmensa mayoría de los que votan independencia y los seguidores de otros movimientos separatistas y nacionalistas europeos. De ello se vienen haciendo eco con profusión los medios de comunicación, y el mundo del espectáculo y los artistas comienzan a incorporarlo en sus montajes y obras. Puigdemont y los demás «exiliados» (que sin duda aumentarán) no serían, pues, los catalanes tan cómicos que hacen el ridículo por Europa. Si nos quedamos ahí, veremos solo los primeros fotogramas de un melodrama mucho más extenso.

Vienen llamando la atención a decenas de miles de europeos. Sin ir más lejos, el periodista de El País Daniel Verdú, en el recorrido que viene realizando los últimos días por la Italia en puerta de elecciones generales, escribe tras hablar, ver y pasear por Balzano (Alto Adigio) lo siguiente: «Aquí el conflicto catalán, cuenta el abogado Marco Manfrini, se ha seguido con atención y ha despertado algunas pulsiones adormecidas». Pero es solo una reseña entre un montón. Y hasta el erasmus español en los confines de Europa llega el ruido con sus ecos de los catalanes errantes por el continente.

Así que se debería prestar mayor atención al desarrollo, o no, de la fundación para Puigdemont y a los chispazos tan luminosos y eléctricos que ha generado la prohibición de exhibir (censura) una obra de Santiago Sierra en ARCO inspirada en los «exiliados» catalanes, pues este triste episodio ha dado lugar a la alarma de que la censura viene creciendo a gran velocidad en España. Otra mancha que se cuelga en la solapa del Gobierno español y que será bien exhibida en Europa.

* Periodista