La opinión pública es voluble. Les apuesto lo que quieran a que mañana (hoy, para ustedes) las conversaciones de café girarán en torno a lo mona que estaba la princesa Leonor mientras su papá (el Rey) le ponía el Toisón de Oro en el vestidito azul. Girarán en torno a eso, digo, y no en torno a lo que está pasando en el Parlament catalán, que es mucho más importante pero también, muchísimo más aburrido. La opinión pública es voluble, y probablemente cuando la conversación sobre la princesa niña se agote, pasemos a hablar de la canción de Eurovisión y de Amaia de España, una cenicienta a punto de convertirse, ella también, en princesa. Mientras, Puigdemont seguirá maquinando en Bruselas (o donde quiera que esté en este momento) sobre cómo llamar la atención, para que el interés por su causa no decaiga. Pero en las conversaciones de café, el prófugo tiene poco que hacer para competir con Amaia y Leonor: ni es tan guapo, ni tan rubio, ni siquiera canta bien. Salvo a los tertulianos irredentos, a nadie parece apasionarle ya lo que pasa en Cataluña. Ayer, el president Torrent pospuso el debate de investidura sine die, pero mantuvo a Puigdemont como único candidato. ¿Dónde nos deja eso? En la parálisis total. Y no hay nada más aburrido que una situación política en la que no pasa nada. No obstante, no subestimemos al fugado. Siempre cabe la posibilidad de que se disfrace, en plan Mortadelo, y aparezca en las Ramblas en loor de multitudes. ¡Tachán! «Ja soc aquí», como dijo Tarradellas. Y es que la realidad está muy loca últimamente.

* Periodista