El desequilibrio mundial es algo más que un desigual reparto de la riqueza y la pobreza. Es además un asunto de desequilibrio del poder. Los Estados ricos no solamente tenemos los bienes, tenemos además el poder. El grupo de los 7, los mercados de Chicago, Nueva York y Londres, la OTAN, las Bolsas de Frankfurt y de Tokyo, es en estos centros de poder donde se decide el futuro del mundo. En Manila, en Rabat o en El Cairo no se decide nada importante ni transcendente. Los ricos no solamente tenemos el dinero y el bienestar, tenemos además el poder.

Esto siempre ha sido así, y es bastante lógico pensar que siga siendo así. Tampoco carece de lógica preguntarse si va a seguir siendo así mucho tiempo más. Una manera bastante razonable de prever el futuro es examinar el pasado y proyectarlo hacia adelante.

Pero hay momentos de la historia en los que surgen fenómenos distorsionantes. Aparecen variables nuevas cuyo juego en el universo de circunstancias es desconocido. En estos casos el pronóstico del futuro no puede hacerse extrapolando la tendencia del pasado. En estos casos, los modelos matemáticos y econométricos no sirven. Es el momento de ejercer la intuición, el olfato histórico. Todo empieza a cambiar. Se puede intuir por dónde van a ir las cosas, pero no se puede pronosticar.

Por poner un ejemplo. Cuando en 1950 Schuman y Monet tuvieron la intuición de la Unidad de Europa, intuyeron que el futuro de Europa tenía que ser completamente distinto de lo que había sido su pasado. Ningún hecho del pasado daba lugar a pronosticar lo que más tarde ha sido la Unión Europea. No fue un pronóstico, fue una intuición.

Creo que estamos en un momento en que el futuro ha de preverse basados en la intuición, no en los pronósticos. El análisis del pasado no sirve para pronosticar el futuro. Un día fue la estructura de las clases sociales las que configuraron el orden sociopolítico. Se habló de la lucha de clases, se habló de propietarios y de proletarios. Hoy ese discurso no refleja la situación. La enseñanza obligatoria, la seguridad social, la política fiscal y el Estado de Bienestar han logrado que la lucha de clases haya perdido actualidad. La desigualdad entre los seres humanos ya no es un problema de clase social, es un problema de pueblos pobres y pueblos ricos, de naciones dominantes y naciones dominadas.

La desigualdad de las clases sociales no acabó, o al menos se disminuyó, debido a la benevolencia de las clases dominantes. Fue la acción social y política de las clases dominadas cuando adquirieron conciencia de que podían tener un protagonismo en la historia. Fueron los partidos socialistas y los movimientos sindicales los que hicieron que el orden económico capitalista se hiciera razonablemente humano. El desequilibrio actual entre pueblos ricos y naciones poderosas de un lado, y pueblos pobres y naciones débiles del otro, no se eliminará por la benevolencia de las naciones ricas y de los Estados poderosos. Todo el movimiento de la cooperación humanitaria y de las ONG es laudable, pero no acabará con el problema. Solamente cuando las naciones pobres y los Estados dominados adquieran conciencia de su protagonismo histórico podemos pensar que amanecerá un nuevo orden mundial.

Los países ricos necesitamos las materias primas y los yacimientos petrolíferos que están en el territorio de países pobres. Estamos acostumbrados a fijar los precios desde este lado. Partimos del supuesto de que ellos necesitan nuestro dinero más que nosotros sus productos. Si ellos toman conciencia de que nuestra necesidad de sus productos es mayor que la que ellos tienen de nuestro dinero, puede ocurrir que los precios los fijen ellos, no nosotros. Es en este marco en el que hay que situar la actual situación del mercado del petróleo, o de la pesca en las aguas jurisdiccionales de Marruecos. Otro día puede ocurrir algo parecido con el cobre o con los fosfatos.

Los consumidores de carburantes en los países ricos se quejan del alto precio de los carburantes. Me pregunto si estas voces de protesta harán cambiar de opinión a los miembros de la OPEP. Me pregunto si ellos han de extraer el petróleo que nosotros queremos quemar, o nosotros hemos de quemar el petróleo que ellos decidan extraer.

* Profesor jesuita