Hace unos días estuve en Barcelona, que no es poco. Una ciudad maravillosa pero, a la vez, llena de problemas. Impresiona tanta bandera colgada como si Barcelona tuviera el alma descuartizada en miles de trapos. Otra cosa que me impactó fue la cantidad de inmigración de fuera de Europa. Felizmente comprobé que muchos de estos valientes aventureros cumplieron su sueño pues tenían su trabajo honrado. Por eso no pude evitar pensar que, si una vez fuimos explotadores de las colonias, hoy nos estábamos redimiendo con la democracia de corte occidental. Pero... ¡había también tantísima gente durmiendo en la calle! Vivían tantos de tantos sitios que me pregunté cómo era posible un conflicto patriótico de semejante calado cuando hay tan poquitos catalanes de pura cepa; y tuve entonces la terrible tentación de pensar que quizá los independentistas lo que buscan es poder ser más intolerantes para no compartir oportunidades laborales. Siento pensar así y sé que es una impresión subjetiva y, por tanto, susceptible de equivocación, pero el germen de este mal pensar me lo originaron un taxista y el propietario de una tienda, que coincidieron en confesarme que estaban deseando marcharse de Cataluña porque la presión de los independentistas se estaba haciendo insoportable, hasta el punto de que tenían muchos problemas con clientes extremistas que les exigían con tono agresivo que la comunicación en la relación negocial fuese exclusivamente en catalán. Yo les contesté que llevaba dos días en Cataluña y no había tenido ese problema. Pero ellos me dijeron que esa sensación la tiene solo el que está de paso. Seguí pensando que eran casos puntuales y además exagerados hasta que fui a una ciudad catalana -que no era Barcelona, pero sí de por allí- a ejercer en un juzgado como abogado. Entonces sí que tuve datos directos reales. Fui a fotocopiar un expediente del ámbito penal, o sea, de la rama del derecho que priva de libertad a las personas, y el atestado policial estaba escrito solo en catalán. Y todo muy a pesar de la mayoría del funcionariado, que compartía mi protesta pero que resignado me agachaba la cabeza. Yo no podía ejercer el derecho a la defensa con todas las garantías en mi país y eso es fascismo, como cuando los judíos alemanes eran detenidos en la Alemania hitleriana. Por supuesto que podía solicitar un traductor y la vista suspenderse, pero eso son más costas públicas y la ralentización del proceso al imputado, el cual tiene derecho a no tener dilaciones sin fundamento. Y entonces pensé lo que era principalmente el proceso independentista catalán: una fuente de intolerancia y de gastos que nadie tenía valor de cortar.

* Abogado