Celebramos el día de la Copatrona, la Virgen de la Fuensanta. Festividad local que se anuncia con pregones y celebra en cuatro días con actuaciones flamencas, academias de baile, degustaciones, exposiciones, además de numerosos talleres infantiles y una versión juvenil que incluye, de forma llamativa, una batalla de gallos. Llega la Fuensanta, antaño gran feria de la ciudad, reconvertida hoy en la Velá del barrio. De la fiesta popular de nuestra infancia en la que Córdoba se volcaba, a un reducto festivo, apenas un pretexto para acumular unas horas de descanso laboral. La Fuensanta nos convoca y nos cuestiona, en su tradición, su devoción y su realidad. Nos convoca la tradición, con sus historias de caimanes y campanitas, con su pocito de aguas milagrosas y con sus apariciones a Gonzalo en la higuera silvestre, tan al uso en una época que necesitaba instrumentos de reafirmación religiosa. Contraste en una sociedad que parece sin alma, que copia modelos extraños de haloween sobrevenidos, que reinventa tomatadas y batallas de flores, pero que desdeña y olvida tantas veces sus raíces.

Nos emplaza una devoción ancestral del siglo XV, de la que han sido protagonistas generaciones enteras de nuestros antepasados, cada vez menos presente en la vida de la ciudad y sus gentes. Desplazada por otros templos con escaleras mecánicas y ofertas de temporada. Lejos de aquella coronación canónica del año 94 que protagonizara el nuncio Tagliaferri y de otros fervores locales como Araceli o Luna, las devociones de Fuensanta y Rafael pierden terreno en una sociedad materialista y desacralizada que retira sus crucifijos.

Nos convoca un barrio que conozco bien, que no está en el centro de las grandes celebraciones de la ciudad, pero que sí está en el centro del ejemplo cotidiano por seguir adelante, de quienes se afanan en superar los obstáculos del día a día, que se alza con la dignidad de un barrio obrero y luchador, integrador de diferencias y superador de discriminaciones.

Subsiste y persiste esta fiesta de origen cristiano en una sociedad de fuertes raíces anticlericales, esta llamada local en medio de una globalización que todo lo devora y todo lo convierte en cultura del espectáculo. En medio de tantas contradicciones, de tantas negaciones y perversiones, de tantos cinismos y fundamentalismos de todos los colores y sabores, permanece esta vela encendida y alzada al paso de los siglos, esta imagen de origen desconocido, este icono de María con su hijo en brazos, como si acaso solo la maternidad y la ternura fuesen los únicos capaces de sacarnos de este pozo de prisas y disparates en el que vivimos.

* Abogado