Verdaderamente, para el verano no son las bicicletas, sino las revoluciones. Será por la libido o por la locura, pero esos extremos del amor y de la muerte se tocan. Ejemplos emblemáticos de ese frenético tamborileo de la sangre fueron la Revolución americana y la de la Bastilla. Y obviamente, nosotros no fuimos ajenos a esa cólera desbordada, aunque sus autores consideraron muy roja la semántica revolucionaria y eligieron el sarcástico eufemismo de Alzamiento, cual delito monetario. Sus reminiscencias aguaron la festividad de Santa Marina hasta bien entrada la democracia.

Estamos en ese ambiente pegajoso e insomne que da tanto para advocaciones como para balaceras. Pero ya en 1965 alcanzamos los 45 grados en junio. Y en 1981, el año en que un teniente coronel quiso adelantar a febrero sus esperpénticas cabañuelas, llegamos en este mes que cerramos a los 43,6 grados. Hubo una estupenda contraparte al tejerazo: ese fue el año de Fuego en el cuerpo , la de los esplendores de Kahtleen Turner antes de entrarnos en el manierismo de los ochenta. No habrá otra silla en el cine que quiebre como aquella escena los ventanales de la voluptuosidad. Lawrence Kasdan, su director, se ganó definitivamente el respeto de los cinéfilos, y la música de John Barry parecía inflamar como un bidón de gasolina ese ambiente de crimen, calor y lujuria.

Hay algunas semejanzas entre esos escarceos de mantis religiosa propios de una femme fatal , y estos insomnios de una noche de verano que Shakespeare habría celebrado. Para esta izquierda novísima que cabalga en la cresta de la ola, Tsipras es Puck, el duendecillo astuto que pergeña esa trama de los equívocos por una causa justa, esta última una adenda apócrifa que intenta enlazar la mística de la solidaridad en la aconfesionalidad de los duendes. Y, cómo no, Europa es el asno burlado, aturdido tras otra noche de calor.

La tentación es grande: David contra Goliat; Braveheart que ha cambiado el kilt escocés por los soldados que montan guardia en la plaza de Sintagma y cuyas borlas en tocado y zapatillas entroncan con los tiempos de Lord Byron. Desde la sufrida posición de asalariados queda mal ejercer de tontos útiles, cuando aquí nos hemos zampado raciones dobles de austeridad y de trincones. Pero llevarse el Jarama a los pantalanes de El Pireo conlleva un pelín de demagogia. Puestos a ejercer con las parábolas, esta Europa que atesora la obscenidad de la mayoría guarda simetría con el aturdimiento de quienes vociferan contra la podredumbre y los males seculares de los Estados, mientras zarandean sus prebendas y eluden los impuestos.

Jugar al yo o el caos supone reivindicar la mitología griega, pero también espolear peligrosamente el proyecto común, cargado de esclerosis y burocracia, mas innegablemente de una tangible prosperidad.

Habrá que templar estas noches tórridas, y eludir la tentación de atacar a sangre y fuego contra los helénicos. Pero nada es más nocivo para el bien común que burlarse de las reglas de juego. Por muchas tensiones, revoluciones y fuegos en el cuerpo que hayan surgido de aquí a esta parte, prefiero la bañera con hielo de Kathleen Turner.

* Abogado