Los cordobeses siempre nos hemos sentido en gran medida frustrados. Y no es porque seamos pusilánimes o faltos de aspiraciones, de ideas o de proyectos, sino porque una ciudad como Córdoba donde a los cordobeses nos duele la boca de expresar y definir sus regias potencialidades, y de escucharlas de todos lo que observan y catalogan desde fuera, no termina de dar justa cuenta con el progreso y la historia. Y ¿por qué? Porque por decirlo eufemísticamente, Córdoba es la ciudad de los proyectos. Según arroja un reportaje reciente de este diario, nuestra querida ciudad desde el año 2007 arrastra más de 40 proyectos, unos olvidados y otros paralizados. Por abrir boca: la autopista; tres autovías; la ronda Norte; dos polígonos; el Palacio del Sur; la edificación de Noreña; el tranvía; los minipisos de Lepanto; un hospital en Rabanales 21; el Museo de Bellas Artes; la rehabilitación total de la Axerquía Norte; los aparcamientos robotizados del casco histórico y así hasta más de 40 proyectos que ahora saben, huelen y se ven como vergüenzas y frustraciones. Y uno se pregunta. ¿Tan mal lo han hecho nuestros políticos? Porque en definitiva para eso está la política en democracia, para posibilitar el progreso social y por ende ciudadano. Y otra cuestión ¿Se pueden crear más de cuarenta expectativas en el plano político, ciudadano y social y no cumplir ninguna, y aquí paz y después gloria? Está claro que tanto Tirios como Troyanos no han estado a la altura de Córdoba. No se puede prometer tanto y cumplir tan poco. Es inmoral, entre otras cosas. Dice el aforismo que todo esfuerzo inútil conduce a la melancolía. Muy bien. Pero hay un grado mucho peor que el sentimiento de tristeza vaga y profunda; la frustración. Esa que los cordobeses arrastramos secularmente como una maldición antes histórica y ahora política.

* Mediador y coach