De los cinco años de mi vida que entregué a la carrera de periodismo, esos estudios a los que ahora llaman grado, lo que guardo como principio fundamental es la teoría de las cuatro ces que repetía un viejo profesor que, precisamente, no ejercía como periodista. En sus clases sostenía que, antes de dar una noticia, el periodista debía conocerla, confirmarla, comprenderla y luego contarla. Conjugar y cumplir estos cuatro verbos, conocer, confirmar, comprender y contar, debía ser el abc de quien quisiera ejercer la profesión. Pues bien, esos cuatro pasos fundamentales se han conculcado en el falso rescate de la niña Frida de México que ha tenido en vilo a todo el mundo y que era mentira. Ni existía la niña, ni se llamaba Frida, ni tenía 12 años, ni hubo tal rescate, aunque las cámaras de televisión enfocaron en directo horas y horas el lugar donde se creía sepultada la niña, hasta convertirla en el símbolo del terremoto de México. Pero debajo del derrumbe, del melodrama y los titulares sensacionalistas, aunque escondida, esta era la verdad: una fabulosa mentira transmitida al mundo, sentida como propia y llorada como parte doliente. Luego de que se descubriera el pastel, y el tremendo ridículo, nadie ha sabido hasta el momento explicar lo que sucedió, dónde estuvo el error, por qué nadie confirmó la noticia de la niña escondida mientras iban replicando para reventar las audiencias el cuentecillo de Frida. Incluso rescataban de archivo para la ocasión otras imágenes, estas sí verdaderas, del rescate de baby Jessica, la niña que tuvo en vilo a EEUU 58 horas y encumbró a la CNN, que retransmitió en directo el rescate de manera ininterrumpida. Con aquel recuerdo y ansiando otro pelotazo, las televisiones empezaron a retransmitir y a contar disparates como que a Frida le estaban dando agua mediante una goma y otras veleidades sin cuento. Y todo porque un pelúo que pasa por allí, siempre proliferan los friquis cuando enchufan una cámara de televisión, contó a no sé quién que allí había oído los gritos de una niña. Esa fue la fuente de la noticia, la génesis de este melodrama, la información no contrastada, ni confirmada, ni entendida, pero si largada a los cuatro vientos y multiplicada por las redes sociales. Qué panorama tenemos. Con demasiada frecuencia están ocurriendo cosas así, recuerden los recientes atentados de Barcelona y Cambrils, donde comenzaron a buscar el terrorista escondido en el mercado de la Boquería, y no pasa nada; vendrá otra noticia sensacionalista, tal vez otra mentira, que borrará la anterior y seguirá alimentando la pantalla. Si de esta guisa está el periodismo, cómo vamos a exigir verdad a la política.

* Periodista