Tras un par de semanas de dudas, Susana Díaz ha decidido no presentarse como candidata ni a la secretaría general del PSOE ni a las elecciones primarias. Era una operación de altísimo riesgo para una política joven como ella, que tiene todavía un largo camino que recorrer hasta adquirir la legitimidad necesaria y el poder suficiente para liderar un partido complejo como el socialista.

Muchos habrán quedado sorprendidos por la decisión. A otros, sin embargo, entre los que me encuentro, nos parece una decisión lógica si tenemos en cuenta que Susana Díaz no es una persona muy dispuesta a asumir riesgos en política (recordemos las frustradas elecciones primarias de hace un año en Andalucía), y los riesgos que corría eran muchos.

El primero de ellos es el hecho de que, si solo se hubiera presentado a la secretaría general, pero no a las primarias (para evitar tener que renunciar a la presidencia de la Junta de Andalucía), habría tenido que gestionar una bicefalia en el PSOE de infausto recuerdo (pensemos en lo que ocurrió con la experiencia Almunia/Borrell).

El segundo riesgo es que habría dado sobrados argumentos a la débil oposición andaluza (el PP de Moreno Bonilla) para activar sus críticas contra una Susana Díaz que tendría complicado compaginar su cargo de presidenta de Andalucía con la secretaría general socialista. No le hubiera sido fácil llevar esas dos responsabilidades políticas en un momento tan delicado como el actual, que exige la máxima dedicación a cada una de ellas. Su efecto en el seno de la coalición de gobierno con IU habría sido también de alto riesgo.

El tercer riesgo es que habría tenido que gestionar como máximo dirigente del PSOE un debate sobre el federalismo que, para satisfacer las aspiraciones catalanas y encontrar un nuevo anclaje constitucional, le hubiera llevado inevitablemente a sacrificar los intereses de Andalucía, abocándola a una situación de esquizofrenia política.

Un cuarto riesgo es que, en caso de haber optado también a las elecciones primarias del PSOE y salir elegida, se encontraría en una situación de probable perdedora ante Rajoy en las próximas elecciones. En política todo puede pasar, pero por ahora no parece que el candidato socialista (sea quien fuere) tenga muchas probabilidades de ganar las próximas elecciones (a un año vista) en un contexto donde se irá imponiendo el mensaje (real o no) de recuperación económica y donde el voto de centro y derecha seguirá bastante cohesionado en torno al PP.

Finalmente, y ya no en el cómputo de sus riesgos personales, la salida de Susana Díaz de la Junta de Andalucía crearía un vacío sucesorio en el partido socialista andaluz. Sería correr un riesgo elevado en un momento en el que, en nuestra región, el PSOE-A aún no ha iniciado su verdadera renovación, viendo cómo IU consolida sus posiciones y cómo se dispersa el voto de izquierda en nuevas opciones políticas.

En definitiva, creo que la decisión de Susana Díaz es la correcta. Lo que me sorprende es cómo ha dejado pasar tantos días de incertidumbre cuando debería haber cortado de raíz los rumores iniciales. Al no hacerlo, supongo que su decisión le dejará secuelas dentro del PSOE entre aquellos barones regionales (la mayoría) y algunos pesos pesados (Felipe González, Chaves, Griñán y hasta Zapatero) que se manifestaron públicamente a favor de la candidatura de la joven política andaluza y que ahora se ven desautorizados, dejando un congreso extraordinario y un proceso de primarias completamente abiertos.

Como presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz tiene todavía por delante el reto de resolver los gravísimos problemas de nuestra región (el más importante el desempleo crónico que padece) y de culminar con éxito una novedosa experiencia de gobierno de coalición con IU. Si es capaz de lograr ese reto y de ganar las próximas elecciones andaluzas, estará legitimada y en condiciones de emprender proyectos políticos de mayor ambición. No es todavía el tiempo de Susana Díaz en la política nacional. Por eso, si hubiera tomado la decisión de presentarse a la secretaría general del PSOE habría sido una temeridad.

* Catedrático de Sociología del IESA