Identifique Usted el párrafo siguiente: «Cuando me he levantado he salido un momento al balcón y he estado contemplando el cielo y la calle. Eran las primeras horas de la mañana; se respiraba un aire fresco y sutil; estaba el firmamento despejado, radiante, de un azul intenso. He dejado la casa. He comenzado a recorrer callejuelas retorcidas y angostas. Córdoba, es una ciudad de silencio y de melancolía. Ninguna ciudad española tiene como ésta un encanto tan profundo en sus calles (...) He paseado durante un largo rato por la maraña de callejas; me detenía a veces ante el portal para contemplar un hondo patio. Todas estas casas cordobesas tienen un patio, que es como su espíritu, su esencia».

Cualquier persona formada en el viejo Bachillerato de las reválidas, lo hará enseguida. Las que militen en las últimas décadas educativas, salvo profundos amores a la lectura o a su ciudad, no estoy tan seguro. Efectivamente; es Azorín. Es Un paseo por Córdoba. Es su libro España, hombres y paisajes. Se cumplen ahora cincuenta años de su muerte y lo tenemos un poco olvidado. Puede ser relativamente aceptable en cualquier otra persona. Cada tiempo marca y recupera olvidos. Pero no para quienes ejercemos el periodismo. Y no solo por cuanto supone de referente en materia de estilo, de riqueza de léxico, de capacidad de descripción, de singular orden y ritmo narrativo. Sino porque José Martínez Ruiz fue sobre todo un periodista. Así lo recordó Mario Vargas Llosa en su discurso de ingreso en la Real Academia Española analizando su estilo y sus múltiples facetas. Si visitan en Monóvar la casa museo azoriniana, cosa que les recomiendo, es fácil que alguien les cuente las horas que pasó el escritor peruano ensimismado en las bibliotecas que allí se guardan. Entre sus libros de cabecera siempre había alguno del alicantino. Especialmente La Ruta del Quijote, uno de los «más hechiceros» que había leído.

Recuerdo que uno de mis profesores de Literatura, José María Martínez Cachero, gran estudioso de la crítica literaria española, además de la obra de escritores como Clarín y Azorín, nos hablaba de este último como un «singular autor de secuencias cinematográficas» por la manera en que se va desplazando en sus textos llevando al lector de la mano. Algo de eso debe haber, ya que el maestro de Monóvar era un asiduo de las sesiones dobles y practicó en sus tiempos la crítica cinematográfica. Pero fue también un cronista parlamentario consciente de la complejidad de la vida de una nación «que no se encierra sólo en los dimes y diretes de la política» , según sus propias palabras. Corresponsal en París, vivió el atentado que sufrió en mayo de 1905 un Alfonso XIII de 19 años cuando, con el presidente Loubet , volvía de la Opera. Desde allí cubrió asimismo la Gran Guerra intuyendo el futuro poderío de los Estados Unidos y la capacidad de destrucción que la tecnología pondría de manifiesto en la Segunda. Actividades todas ellas mezcladas, en su biografía personal, con muy diversos avatares y conflictos, políticos (ahí es nada evolucionar desde las ideas anarquistas a las conservadoras), académicos y, por supuesto, periodísticos, largos de relatar.

Quizá este año el merecido recuerdo a Ricardo Molina y a Gloria Fuertes en nuestra Feria del Libro ha desplazado un tanto la atención sobre su cincuentenario. Pero recordarlo en torno a un 23 de abril puede ser un buen comienzo para recuperar, al menos, algunas de esas facetas periodísticas a veces un tanto oscurecidas en los libros de texto por su vertiente de escritor noventayochista.

Una pequeña frivolidad (solo para frikis y seguidores del programa Cienciaficcionados que la Unidad de Cultura Científica de la UCO viene desarrollando desde hace ya cinco años). No se extrañen de que Azorín sea citado a veces dentro del género de la Literatura fantástica o de la SF. Se debe, entre otros, a un artículo suyo de 1901--El Fin del mundo-- que a veces aparece en alguna selección del género. Para muestra un párrafo: «La especie humana perecía. Miles de siglos antes de que extinto el Sol, congelado el planeta, fuese la Tierra inhabitable, ya el hombre, nostálgico de reposo perenne en este perenne flujo y reflujo de la substancia universal, había acabado. La Tierra estaba desierta. Los hombres eran muertos...». (Como contrapunto cordobés lean El ocaso de la Humanidad del también periodista Rafael Blanco Belmonte).

¿Qué más decir?. Que existe el punto y coma. Y el presente de indicativo. Que las oraciones tienen sujeto verbo y predicado. Que en los vasos queda la fragancia. Que las palabras son concisas, pero que también caben los matices. Que las cosas tienen alma. Que existe la pequeña filosofía. También el dolorido sentir. Que vivir es ver volver... ¡Ah! y que el arte del periodista consiste en poner bien una cosa detrás de la otra. Esperemos que así haya sido. Punto.

* Periodista