La XV Bienal de Fotografía de Córdoba, abierta hasta el 21 de mayo, está dedicada a los conflictos bélicos, con Robert Capa y Gerda Taro como protagonistas con La maleta mexicana. Pero la belleza de la ciudad no impedirá que cualquier fotógrafo o amante de capturar imágenes descanse de la toma de conciencia propia de la muestra y busque espacios más relajados. Por ejemplo, el skyline de Córdoba, ese horizonte que han contemplado los cordobeses desde que la Catedral le colocó bóvedas a la Mezquita para construir la definitiva huella dactilar de la ciudad cuya singularidad es contraria a la de Nueva York: una panorámica sin pisos ni rascacielos. Desde la Calahorra, pasando del primer cielo como recién asfaltado de nubes, aparece la Sierra con su oscuridad azul, acariciada por un blanco celestial. Y debajo, la Mezquita, el Seminario y el Alcázar de los Reyes Cristianos, un amarillo de siglos al que se une el de la Puerta del Puente y el del Centro de Recepción de Visitantes. Tras las almenas y las torres del Alcázar, por donde el sol se apaga y se enciende en las nubes oscuras de primavera invernal, pasando de la noria que forma parte del escudo de la ciudad, se puede intuir la sombra ligera de algunos pisos de la avenida del Conde de Vallellano y, algo más a la izquierda, por donde asoman los cerros de la Campiña, la inmensidad del Hospital General, un empeño sanitario que el horizonte apenas casi nota. A la derecha, la cúpula del colegio de santa Victoria, una espadaña de la Medina, la concluyente arquitectura de las iglesias de san Francisco, Santiago, san Pedro y la del convento del Campo Madre de Dios, junto a la Policía Nacional, se convierten en referencia limpia de pisos del paisaje urbano cordobés.

Estamos contemplando la misma perspectiva de aquellos viajeros románticos del XIX a la que solo se le ha añadido una grúa para dejar testimonio de la diferencia entre la modernidad y el skyline de toda la historia, esa que ha sonado a música bajo el Arco del Triunfo en las tardes encerradas en la oscuridad del anochecer donde el sol brilla en el horizonte como purpurina celestial. Sin bloques de pisos ni asientos de la carrera oficial.