Era un precioso día, no solo de primavera del 29 sino de la primavera de sus vidas. Entonces retratarse era un acto sublime; él, traje con palomita y ella con mantón de manila. Cuando el fotógrafo dijo aquello de «¡atención!» captó un momento precioso. Pura belleza digna de formar parte de la exposición universal que se hacía en un país retrasado.

Los recién casados tuvieron nueve hijos en una casa aceptable para aquella vida. En el salón colgaba la foto con más majestad que la mismísima imagen de la Virgen del Carmen. Los años fueron pasando y ellos envejeciendo al compás del tiempo y un poco más de tanto luchar. Ella, que murió después, pidió que guardaran cariño a una foto que miraba las lágrimas de todos. Los hijos se mudaron según se casaron salvo el más pequeño que, echado a la vida, prefirió no tener obligaciones más allá de sus adicciones. Cuando sus hermanos lo visitaban le daban consejos presididos por la foto. Una cruel crisis económica azotó a la gente y hubieron de vender la casa. El soltero se metió en un cuartillo con hornilla y un excusado y se llevó la foto porque era el que estaba más solo. Todas las noches rezaba a sus padres, a los que echaba de menos mucho más que a sus vicios. Una mañana amaneció con la foto en la cara, tieso, frío y maloliente como un muerto de cinco días. Después del entierro, su sobrina más preciada decidió llevarse la foto que colgó en la habitación de invitados. En la mente de la hija de la sobrina aquella foto quedó prendada y pasados veinte años se la llevo a su nuevo hogar de casada, pero ya la guardó en un cajón.

De nuevo vino una crisis económica y el banco expropió aquel domicilio y tuvieron que marchar a Francia como caseros de ricos, olvidando la foto que encontró un albañil antes de demoler la vivienda expropiada pero no advirtió su belleza y la arrojó al contenedor del camión que llevaba los escombros al vacie. Estaba tan bien conservada con el cristal y el marco que relucía entre la podredumbre. Décadas después aquel inmundo lugar se declaró insalubre por la proximidad con la ciudad y comenzó a ser removido en su perímetro para taparlo para siempre. En una de esas operaciones la foto surgió hacia arriba ante los ojos del arquitecto como un tesoro de la antigüedad. Este hombre la limpió y se enamoró del retrato que donó a una famosa firma de moda que la erigió como imagen del negocio y la puso en el escaparate que yo acabo de ver mientras paseo pensando en este artículo. Pero lo que pasa es que nadie sabe quiénes son. Bueno, salvo yo que me he inventado todo.

* Abogado