Me he llevado siempre bien con la naturaleza y por esa razón me entrego a pasear por el trozo del Guadalquivir que bordea la ciudad de Córdoba. Cuando era joven lo hacía durante el tórrido verano en el que las escasas sombras perdían su resuello. Ahora, casi anciano, quedaría derrengado a pesar de las sombras de las choperas que bordean la Ronda de Isasa. Prefiero contemplar las puestas de sol desde cualesquiera de sus puentes porque quedas herido por los yataganes de luz de poniente.

Cuando era adolescente Miraflores era todo miseria y baldadura en tanto ahora espera desesperadamente que den oficio a sus hendiduras. En el atardecer de la primavera puede el viandante cubrirse del embrutecedor sol en la sombra íntima del sotobosque y de los sauces torturados por los caprichos del agua.

Algunas tardes o mañanas tardías disfruto cuando del claro follaje surge una piragua, puntiaguda, capaz de cortar el agua calma con aspecto de saurio. Su remero bracea acompasado y trepa desde el viejo puente hacia el del Arenal. No hay agitación en esa lámina de agua en tanto el joven remero con grandes golpes de pala piragüea rítmicamente desde el embarcadero hasta el escondido molino de Martos. Es apacible ver desaparecer la fina silueta de la piragua momentáneamente tras la lacia cabellera de los sauces y luego su imperceptible reaparición bajo la corola de luz viva que se refleja sobre las ondas.

Siempre la misma monotonía de miseria entre puentes pero no renuncio a pasear junto al río. En mi memoria afloran los azacanes, que bajaban a extraer arena y cantos rodados cerca del molino de San Antonio en tanto hollaban las entregas de las riberas, antecesores, algunos de ellos, de uno de los ediles cordobeses. Al atardecer se contempla todo un cortejo de garcetas, carracos y ciertas cercetas que se reflejan en la montaña de limo, lo que me llena de hastío por el zurriburri que forma la isla limosa frente al molino de Martos.

Me gusta la naturaleza pero me disgusta la maleza, maraña, hojarasca que se transforman en foscarral, porque me impiden vivir el río.

<b>José Javier Rodríguez Alcaide</b>

Córdoba