Le dice el empresario al demandante de empleo: “Bueno, le haremos un contrato de cinco minutos y luego ya se irá viendo…”. ¿Se puede describir con más claridad la situación del mercado laboral español y el padecimiento de la gente? Nos reíamos, aunque la situación invitara a llorar. Así era Forges, con su viñeta amable que al mismo tiempo evisceraba la cruda realidad, sus personajes cercanos, esas abuelas a las que nadie engañaba, ese matrimonio definitivo en sus diálogos -las memorables sentencias de la esposa, la futilidad del esposo-, el Blasillo, el funcionario, el secretario de Estado, la Concha, el Mariano, igual mirón de playa que elector concienciado… Diríase que Antonio Fraguas no tenía derecho a morirse, aunque lo haya hecho con las botas puestas y una última viñeta tan genial como otras miles de las que hemos disfrutado durante años. Los dibujos de Forges han sido la cara de nuestra sociedad, el rostro desvestido de nuestras vivencias, el retrato de los personajes y de los pensamientos, de la crudeza del día a día y también de la solidaridad y de la esperanza. Más de veinte años en El País, otros muchos anteriores en diversos medios, y no había forma de cansarse de Forges, siempre actual, siempre sensible y capaz de encontrar el humor en medio de la tragedia. Y tan cercano, tan “nosotros”. El Sociólogo Mayor del Estado Español.

Hablarán de él sus amigos y compañeros, los que lo conocían, pero también los lectores tenemos mucho que decir de su editorial diario. Y especialmente ahora, cuando el debate sobre la Ley Mordaza y los últimos incidentes al respecto (la cárcel para el rapero, la exposición de Arco…) se superponen, por su gravedad y la preocupación que despiertan acerca de la libertad de expresión, sobre un sentimiento de fracaso que tenemos muchas personas al ver el grado de abuso, la falta de empatía y la crueldad (dejemos aparte la calumnia y la difamación) que invaden las redes sociales e incluso algunos medios de comunicación. En un mundo con las fauces abiertas y la descalificación en la boca, en el que cualquier crítica a lo más nimio llega cargada de una extrema agresividad, Forges lo seguía diciendo todo. Todo. Sin censura. Cualquier tema, cualquier crítica era posible en el trazo de sus rotuladores y, sin embargo, no hubo en él ofensa, pues su talento le permitía expresar su opinión o hacer su análisis sin degollar al contrario, sin reventarlo. Y quizá era más efectivo. Su ausencia es terrible en este debate social gore que padecemos. Su talento, y como contaban ayer en la SER recurriendo a una cita de Gloria Fuertes, su bondad, hicieron de él un artista formidable que ahora nos deja huérfanos.