La niña obedeció a su padre, cogió el móvil y le hizo una foto a la escultura del toro de madera que lucía en una ventana de la Fundación Antonio Gala, justo al lado del Valle de las mariposas, una de las obras del Festival Internacional de las Flores. Después de disparar la foto le dije a la pequeña que observara y se recreara en lo que acababa de fotografiar. Me miró sorprendida, me dirigí a la madre y le comenté que la gente, en Semana Santa, por ejemplo, no ve los pasos ni repara en su arte, sino que sólo los fotografía y que cualquier acontecimiento social, como el de Flora en Córdoba, es un aluvión de disparos de móviles que fagocitan la belleza de las flores sin saber si han retratado una rosa, un clavel, un cactus o una bellota.

En mitad del Delirio y deseo del patio de Vimcorsa aquellas mujeres que posaban ni pensaban que en este lugar pudo jugar de pequeño el Duque de Rivas, ni se encandilaron con sus árboles blancos o sus nubes de cristal con flores. Este festival, que paga un magnate chino, insiste en la evidencia de que Córdoba es una ciudad que muestra las flores y en la obviedad de que quienes aman, cuidan y enseñan sus patios son ciudadanos acostumbrados a la belleza pero para nada protegidos por empresarios hosteleros cuyos restaurantes y hoteles hacen caja con el atractivo del alma inmaterial de la ciudad. Aunque los patios de este Festival Internacional no sean la intimidad de sus moradores, sino la funcionalidad de las instituciones, un aliciente arquitectónico que unir a las obras de los artistas florales.

Oír música en un patio del Archivo Municipal y el sonido del agua de su fuente, lo mismo que ver en Turismo, en Rey Heredia, al lado del histórico convento de Santa Clara, las siempre floridas y las rosas de pitiminí reflejadas en espacios de diseño blanco puede suponer un intento de búsqueda de sensaciones nada comunes. Bajar la Cuesta de Pero Mato, con su final de flores rojas y verdes y de trepadoras buganvillas y encontrarse con la terraza del Arqueológico antes de contemplar las macetas colgantes del patio del museo es una experiencia que nos devuelve al Palacio de los Páez de Castillejo, parte de la historia de Córdoba que se levanta sobre los restos del antiguo Teatro Romano. La Posada del Potro sí es un centro conocido, por la cultura, el flamenco y su cercanía al Museo de Romero de Torres, aunque el Palacio de Orive -actual enclave municipal de Cultura--, donde en Caída libre cuelgan una especie de pirámides verdes, sigue siendo espacio protegido por el desconocimiento, que se diluye con el Museo Taurino, la antigua Casa de las Bulas, por donde corrió Góngora y se exhibe una escultura de flores, un trozo de nirvana que el público pregunta por qué no han premiado.