Cada época tiene su fisonomía. Como la edad. Si miramos una fotografía de la Puerta de Almodóvar del Archivo Municipal de finales del siglo XIX o comienzos del XX no podemos imaginarnos el futuro que ese espacio iba a tener en la economía cordobesa del XXI. Lo que hoy es la vista de la calle Cairuán, que termina en el comienzo del Campo Santo de los Mártires, era un muro adosado a las chimeneas que había a lo largo del estanque y de lo que hoy es la muralla que llega hasta el IESA. El suelo era barro con chinatos y Séneca no estaba por supuesto subido en su pedestal al no haber nacido El Cordobés, el torero que costeó su estatua. La fisonomía de ese lugar correspondía en ese momento a una Córdoba destartalada que sobrevivía a una vida sin belleza en la que sí existía el río Guadalquivir, el Puente Romano y la Mezquita, la idiosincrasia de la ciudad, pero que eran ocurrencias de viajeros románticos cuyo pensamiento sabía superar la estrechez de miras de unos cordobeses sometidos casi a la indigencia y nada educados para valorar el arte. Ahora, cualquier día, pero sobre todo en mayo, cuando Córdoba muestra su fisonomía de ciudad inscrita en el selecto registro del Patrimonio de la Humanidad, colocarse en las inmediaciones de la Puerta del Almodóvar es contemplar el trasiego de la globalidad del siglo XXI, degustar el aspecto de una ciudad que en la belleza ha colocado su futuro y, al mismo tiempo, para quienes son de aquí, reflexionar sobre la responsabilidad que cada grupo ciudadano tiene en que no se rompa el encanto. De la gastronomía y de los precios del disfrute de un velador, por ejemplo. La actual fisonomía de Córdoba, que en la entrada a la Judería por la Puerta de Almodóvar tiene una de sus principales fronteras, debe sustentar su futuro en la verdad, calidad y justo y correspondiente precio de sus productos si no quiere convertirse en un lugar al que se llega una vez y no se vuelve por el desencanto. Es la hostelería --bares, restaurantes y hoteles-- el negocio que suele generar la belleza que proviene de la Mezquita, el Puente Romano y el Guadalquivir. Pero esa hostelería, en vez de lanzarse al simple enriquecimiento por la fisonomía actual de Córdoba, que cada día llama a más turistas y agencias de viajes, debería reflexionar y agradecer poder estar en el futuro de esta ciudad.

Hay bares, espacios, negocios de la hostelería en la zona turística en la que, por redondear, te cobran el mismo precio por productos de calidad opuesta. Es peligroso dar por supuesto que el cliente de una zona Patrimonio de la Humanidad no tiene criterios para valorar la fisonomía de la ciudad que visita.