Pese al abuso del vocablo histórico, el lunes (madrugada del martes en España) en Colombia lo fue realmente. Tras 52 años de guerra la firma de la paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC bien merece el calificativo. Sin embargo, fue un día histórico sobre el que pende una nube, la del referéndum que se celebrará el próximo domingo en el que los colombianos deben decir si aprueban el acuerdo. Como decía Ingrid Betancourt, excandidata presidencial que permaneció secuestrada por la guerrilla más de seis años, lo que sorprende no es que se firme la paz, es que haya gente que pueda votar no. Y este es un riesgo real que cuenta con un abanderado de peso, el expresidente Álvaro Uribe. Todo proceso de paz y reconciliación deja zonas opacas, heridas mal cerradas, pero ello en ningún caso debe ser un obstáculo para el cierre de un conflicto que ha sumado más de 200.000 muertos, que ha militarizado una parte considerable del país, que ha facilitado la industria del narcotráfico y que ha sustraído a las arcas del Estado innumerables recursos que ha tenido que dedicar para combatir en varios frentes. Colombia es un país rico al que la guerra le ha impedido desarrollar todas sus capacidades. Tras más de medio siglo de guerra, los colombianos no pueden desaprovechar una oportunidad única para construir el futuro que la violencia ha bloqueado durante tanto tiempo.H