El periodista que ha nacido a la profesión en medios digitales sabe intuitivamente que las noticias que pegan y llegan a ser trending topic sin que medien técnicas bastardas como las usadas por las tramas rusas, Cambridge Analítica o, sin salir de España, algunos de nuestros partidos y hasta empresas, son las que tocan la piel y nos alertan como el picotazo de una aguja o el aguijonazo sorpresivo del mosquito. Esas son las que petan, las que gustan a los editores y comerciales y también llaman la atención del enchufado, o no, a la red. Son noticias sensacionalistas normalmente que tienen que ver con la vida y azares del famoso o el notable y las desgracias espectaculares del pobre. También vienen emparentadas con el morbo, el escándalo y el escarnio. Suelen estar expuestas en el escaparate público durante unos cuantos días hasta que desaparecen de nuestro horizonte.

Pero algunas (solo un puñado) quedan revoloteando por más tiempo cuando la canción de éxito las reverdece o una película se fija en ellas. Así, el «Luis ( Bárcenas) sé fuerte» de Rajoy puede que sea objeto de comentario de profesores de historia a sus alumnos a final del presente siglo, y acaso «las cremas distraídas» por Cifuentes inspiren a un artista de tal manera que llegue a colocar su obra a mediados de siglo en el MoMa neoyorquino.

Algo de todo esto, pero acaso no lo más importante, tiene el episodio del chalet rústico de la pareja Iglesias/Montero o Montero/Iglesias. Es un espectáculo mediático y mucho más: la caída de la máscara o la revelación de la inocencia pérdida, como se quiera, de una pareja que fue partícipe notable de un movimiento, el 15-M, al que quisieron patrimonializar llevándolo a un partido llamado Podemos, con el pretendían revolucionar el mundo hasta rescatarlo de las fauces del capital y su casta.

Qué poco tiempo ha durado esa revolución con su oropel de urbanos remangados de camisa y su retórica republicana. Casi tan poco como una llamarada de tuits, casi tan superficial como el arañazo que produce el arado romano a la corteza de la terrestre.

¿Quiénes son en realidad estos jóvenes profesores universitarios tan rojísimos? Cuando corren tan pronto hasta la confortabilidad pequeño-burguesa del chalet con piscina, su tranquilidad y la zona de servicio a mano es que tenían poco fondo de izquierdas; mayor capacidad para la demagogia y el escrache que ambición transformadora y más necesidad de ser (notables) que permanecer (revolucionarios).

Es comprensible el alboroto que ha generado la adquisición de la nueva Villa Meona entre los suyos y sus votantes, porque hubo muchos que se creyeron la música del predicador cuando todo era una catástrofe de recortes y frustración. Ahora toca a todos dar una nueva pensada sobre qué es en realidad este grupo de profesores que llegaron a encandilar a millones de personas. Porque de la exigencia a sus concejales hace tres años de que no pasaran de mileuristas (el resto de la mensualidad para el partido) a la compra de una vivienda de rico va un trecho demasiado largo.

Cuando Miguel Boyer se enamoró perdidamente de Isabel Preysler y se separó de la doctora Arnedo --una de las mujeres más notables de la izquierda de las últimas décadas del pasado siglo-- optó por ir a vivir junto a la star a un espectacular chalet en Puerta de Hierro (Madrid). Hubo mucho alboroto pues el ilustre Boyer había sido ministro importante en el Gobierno de Felipe González. Pero el militante socialista y el grueso del electorado no confundieron al PSOE con el chalet. Aquello quedó en desagradable anécdota porque, al fin y al cabo, como dijo entonces uno de sus compañeros de gabinete: «Boyer venía con servicio completo en casa desde hacía cinco generaciones». Iglesias y Montero nunca fueron ricos, que sepamos.

* Periodista