En un artículo reciente Elvira Lindo se refería a la obra de G. Basile conocida como Pentameron, donde este autor italiano del siglo XVI recopiló cuentos procedentes de la tradición oral. En concreto aludía a la manera en que se recoge el de La Bella Durmiente, pues el relato no coincide con el acostumbrado. No conozco esa versión, pero me sorprendí de eso mismo cuando leí la de Charles Perrault, quien utilizó la obra de Basile. El autor francés no finaliza el relato cuando la princesa despierta, nos cuenta cómo de esa relación nacieron dos hijos, Aurora y Día, y que el príncipe no los llevó a su palacio hasta convertirse en rey a la muerte de su padre. Tampoco acaba ahí, porque el nuevo rey tuvo que afrontar una guerra con su vecino, el emperador Cantalabutte, y encargó la regencia a su madre, así como que cuidara de su esposa y de sus hijos, pero la reina era descendiente de ogros, que como es sabido tenían entre sus deseos el de comer niños. Ordenó que su nuera y sus nietos se instalaran en una casa en el bosque, a donde se dirigió días después, todo ello con un objetivo determinado, pues le encargó a su mayordomo que al día siguiente le preparara a la pequeña Aurora para cenar, pero aquel hombre no fue capaz de cumplir lo ordenado, y le sirvió un corderito, al tiempo que escondía a la niña. Días después, se repitió la historia con el hermano, sustituido por un cabrito. La situación se hizo más grave cuando la reina dijo que quería comerse a la madre de los niños, que tenía veinte años, más los cien que había dormido, por lo cual fue sustituida por una cierva. Sin embargo la reina madre se dio cuenta del engaño, porque un día mientras paseaba oyó llorar al niño, y ordenó entonces que los mataran a los tres arrojándolos a «una gran cuba, que hizo llenar de sapos, de víboras, de culebras y de serpientes», pero en ese momento llegó el rey, sorprendido ante aquel horrible espectáculo y al ver que no se podría cumplir su voluntad, la ogresa se lanzó a la cuba, donde murió. El cuento concluye: «El rey no dejó de afligirse: era su madre, pero se consoló pronto con su mujer y sus hijos».

Como vemos, el final no coincide con lo que estamos acostumbrados a leer en los cuentos infantiles, al menos en los que yo he podido conocer desde mi infancia, y que ha sido divulgado, con pequeñas variantes, tal y como lo transmitieron los hermanos Grimm, ni tampoco existe coincidencia con la manera de relatar lo ocurrido en la versión de dibujos animados de Walt Disney, donde todo finaliza con el beso del príncipe, y en consecuencia la bella durmiente del bosque despierta gracias al influjo del amor. Traigo a colación este relato porque no solo el final de los cuentos es objeto de alteración, también la Historia, que más de una vez ha sido falseada y manipulada. Se podrían poner muchos ejemplos, pero el espacio de un artículo es limitado, así que haré referencia al más preocupante (por la proximidad) y es la manera en que determinadas fuerzas políticas analizan la Transición democrática, pues a las voces que desde la extrema derecha la denostaban por considerarla una traición, ahora se suman desde la izquierda todos cuantos descalifican buena parte del trabajo realizado, sin tener en cuenta las dificultades de aquel momento, en particular las de los años transcurridos entre 1973 y 1982, y además caen en el mismo error que un sector de la izquierda radical en la II República, consistente en no creer en el Estado de Derecho, en definitiva en su falta de confianza en la democracia, porque en su opinión merecía el calificativo de «burguesa».

Ahora, las críticas al denominado bipartidismo, o a la casta, derivan en una descalificación del sistema, con el agravante de que las consecuencias pueden ser mucho peores que modificar el final de un cuento.

* Historiador