Siempre pensé que el final político de Mariano Rajoy tendría algo de traumático. Tenía una capacidad de supervivencia tan extraordinaria, que siempre dio la impresión de querer morir con las botas puestas. Y eso solo podía impedirlo un desastre, una ola lo suficientemente grande y virulenta como para llevarse por delante a toda una generación en el PP. La oposición ya está reivindicando la autoría de la retirada. Sin embargo, en mi opinión, el «sí se puede» no ha sido suficiente para acabar con el expresidente del Gobierno. No hay más que ver los resultados de las tres últimas elecciones generales.

Yo creo que a Rajoy se lo ha cargado fundamentalmente el mismo que le encumbró: José María Aznar. Su predecesor lleva años trabajando contra él. Primero, lo nombró a dedo líder del PP y ese fue un estigma importante. Después, su mentor, viendo que Rajoy no era moldeable, renegó en público de su elección y se arrimó descaradamente a Ciudadanos. Nunca renunció Aznar a aquellas apariciones esporádicas en las que, con su soberbia habitual, le decía al PP qué camino debía tomar.

Curiosamente, lo que todavía no le hemos visto hacer a Aznar es aclarar cómo es posible que prácticamente todo su Gobierno tenga en este momento problemas judiciales por corrupción. Rajoy tenía que dar explicaciones, porque siempre estuvo allí y porque ahora lideraba el PP. Pero no fue él quien hizo aquella selección de personal. El comportamiento de Aznar sería algo más digno si, viendo la cantidad de pus que supura hoy por el ayer, dejara permanentemente de dar lecciones de todo y a todos. Pienso que el pasado, y no otra cosa, es lo que ha acabado con Rajoy.

Desde el principio, Rajoy creyó que esto no iba con él. Así que no percibió la necesidad de explicarse ni de pedir perdón. Siempre nos dijo que la corrupción estaba electoralmente amortizada e incluso en su último discurso, en Génova, ha insistido en que no le han censurado los ciudadanos, como si el Parlamento no fuera una representación del votante. Y ha añadido: «He asumido mis errores y también los que no eran míos», en clara alusión a Aznar. El pasado, por lo tanto, ha condicionado el presente de Rajoy y le ha dejado sin futuro. No se sentía concernido y minimizó el beneficio electoral de la humildad.

También creo que no siempre estuvo bien aconsejado. Su entorno le protegía tanto, que lo perjudicó. Utilizaban técnicas de comunicación anticuadas. La prueba de que no midieron bien la importancia de dar la cara y las consecuencias de la corrupción es que Rajoy se ha despedido por plasma; como el día en que se publicaron los sobresueldos en el PP. Y un adiós tan lúgubre lleva inevitablemente aparejada la sospecha de qué sé yo.

* Periodista