La Inmaculada Concepción de María de Nazaret, y su virginidad son dos atributos diferentes. La virginidad se refiere al hecho de que María, siendo ya adulta, tuvo un hijo sin intervención de varón. Así es como lo cuenta expresamente el evangelio de Lucas. La Inmaculada Concepción se refiere al hecho de que María, aún antes de nacer, en el preciso instante en que fué concebida en el seno de su madre estuvo exenta del pecado original. Este segundo atributo no está tan clara y expresamente afirmado en el texto evangélico. De hecho teólogos de la categoría de Santo Tomás de Aquino, pensaban que este no era el caso. Durante bastante tiempo, siglos enteros, esta discusión entre los teólogos se mantuvo viva. En ocasiones, incluso dio lugar a alteraciones del orden público en la Sevilla del siglo XVII, entre los partidarios de una u otra posición teológica. Finalmente, fue en el siglo XIX, exactamente el 8 de diciembre de 1854, cuando Pío IX definió como dogma de fe la Inmaculada Concepción de María.

Así pues la comprensión de la afirmación de que María fué concebida exenta del pecado original requiere haber comprendido previamente qué es el pecado original. La doctrina teológica sobre el pecado original, arranca del relato del Génesis. La escena es de sobra conocida del gran público: la historia del árbol, de la manzana y de la serpiente. La figura de Eva actuando de insinuadora respecto de Adán. El relato del Génesis no tiene un sentido estrictamente literal. Es la expresión escenográfica de una afirmación más profunda. El relato desarrolla la ambición del ser humano de elevarse por encima de Dios. No aceptar que haya nadie por encima de él. El día que comáis del árbol, seréis como dioses, le dice la serpiente a Eva. Seréis dueños absolutos de vosotros mismos, conocedores y definidores del bien y del mal. El bien y el mal lo definiréis vosotros, no habrá medida superior a vosotros que lo defina. Es esta dialéctica la que subyace: el ser humano es absoluto en sí mismo, por encima de él no hay nadie a cuya norma deba someterse, el ser humano es por sí mismo el creador de la norma; o por el contrario el ser humano está sujeto a una norma que le es impuesta desde fuera, el bien y el mal no es creado por el hombre, sino que es anterior a él.

Como par dialéctico a la rebeldía de Eva y de Adán, el evangelio de Lucas termina el relato de la anunciación a María con la frase que define su personalidad: he aquí la servidora del Señor. Afirmación que en términos parecidos los evangelistas ponen en labios de Jesús: no he venido a hacer mi voluntad, sino la del Padre que me envió; o cuando aterrado por lo que se avecinaba, decía en el huerto de Getsemaní, si es posible que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.

Este es el sentido profundo del relato del Génesis, y del dogma de la Inmaculada. El ser humano es dueño absoluto de sí mismo, o el ser humano está sometido a alguien superior a él. La primera afirmación es el pecado original, es decir el origen de todos los pecados: de la mentira, de la opresión, de la injusticia. La segunda afirmación, la de Jesús y María, es su par dialéctico: el ser humano está sometido a alguien superior a él.

Este sometimiento absoluto de María de Nazaret a la voluntad de Dios a largo de toda su vida es lo que afirmamos cuando decimos que María estuvo exenta del pecado original.

* Profesor jesuita