Las creencias religiosas deberían servir para sacar lo mejor del ser humano, para conformar su estructura moral y ayudar a crear sociedades más justas y solidarias. Deberían, pero me temo que no es el caso. El Cristianismo ya hizo todo tipo de salvajadas con su inquisición. Pero hoy, en Gaza, un supuesto conflicto entre religiones (aunque es una lucha por la tierra y el agua) está condenando a muerte a cientos de palestinos. En nombre de su dios, los de una parte y los de otra empuñan sus armas y matan, aunque no es comparable el poder armamentístico y político de Israel con el de Hamás, por mucho que algunos no quieran verlo. Ni los crímenes de guerra que Israel comete contra los civiles.

Y en nombre de su dios, el movimiento yihadista Estado Islámico, que controla ya una buena parte del territorio de Irak y Siria, ha decretado que todas las mujeres desde la pubertad hasta los 49 años sean sometidas a mutilación genital. Ese dios al que aluden, que presuntamente creó al hombre y a la mujer con todas sus partes del cuerpo. Ese que, al parecer, dotó a la mujer de un órgano que sirve exclusivamente para el placer: el clítoris. ¿Se creen acaso más sabios que su propio dios para pretender mejorar su obra?

Solo son un puñado de fanáticos machistas que se acogen a una tradición de algunos pueblos africanos que nunca estuvo en el Corán, que es una salvajada como un castillo y provoca miles de muertes al año. Si existe un dios y está mirando su obra desde alguna parte debe sentir náuseas de sus supuestos profetas. Y muchos humanos las sentimos igual.