Terminó con éxito la Feria de la Salud, y las autoridades responsables del orden público habrán suspirado de alivio tras haberse superado esos días siempre inciertos sin incidentes de gravedad, más allá de algún susto y las habituales peleas y reyertas. La feria, esa ciudad portátil dispuesta para la diversión, la vivimos los ciudadanos con alegría, en buena lógica inconscientes de los grandes preparativos que encierra y la gran responsabilidad que asumen las instituciones, principalmente el Ayuntamiento, del que depende. Cerrado el recinto, y con él el extenuante ciclo del mayo festivo, cabe felicitarse del buen ambiente, del incremento de visitantes y de actividad económica, de la consolidación de la actividad ecuestre, y de la ausencia de incidentes de gravedad. Y felicitar a los responsables de que todo esto se haya producido, autoridades y colectivos que participan en la feria. Una feria multitudinaria (se estima el incremento de visitantes por el de basuras, del 10%, y de usuarios del autobús, cercano al 5%) y tranquila.

Queda cerrada otra edición, pero sigue sobre la mesa el debate sobre la necesaria remodelación de la feria, necesidad que admitió la alcaldesa, Isabel Ambrosio, y en la que insisten, desde puntos de vista divergentes, la Asociación de Casetas tradicionales (ACT) y la Federación de Asociaciones Vecinales Al-Zahara. La ACT reclama que se faciliten las casetas más pequeñas, de grupos más reducidos que aportan fondos todo el año para mejorar la decoración y servicios, y que desean infraestructuras permanentes que abaraten los costes y otra disposición en El Arenal. Opinan que facilitar esto aumentaría el número de casetas, que cae año tras año y en esta edición se ha quedado en 93. También querrían que las normas estéticas y de actividad fueran más acordes con el concepto de feria, aunque hay un público joven que reclama espacios disco y otro estilo de fiesta. Al-Zahara se queja, por su parte, de los enormes gastos que supone montar las carpas y exige, por el contrario, mayor severidad en la aplicación del concepto «feria abierta» que, a su juicio caracteriza a la de Córdoba y se está perdiendo en gran parte, reduciendo el número de casetas familiares y abiertas a todos.

El problema del botellón, que se intensifica en el macrobotellón del miércoles de feria, al que asistieron 20.000 jóvenes, requiere atención urgente, así como otros asuntos que tienen que ver con la estética, armonía y tamaño de las casetas; las necesarias y casi inexistentes sombras en el recinto; la comodidad de los accesos; una mejora del paseo de caballos acorde con el incremento de jinetes y enganches... Hasta la ubicación puede discutirse.Córdoba debe decidir qué modelo quiere, y para ello debe empezar ya un debate constructivo en el que todos los puntos de vista podrían verse atendidos y obtenerse soluciones que mejoren nuestra Feria de Mayo. Pero hay que ponerse ya. H