El feminismo engloba diversos movimientos que demandan igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida personal y social. Este nace, como tal, tras la Revolución Francesa, cuando las mujeres se dan cuenta de que la creación de una sociedad con igualdad jurídica y algunas, de las denominadas hoy en día, libertades civiles se circunscribían a los hombres. Medio siglo después se comienza a ganar el derecho al sufragio femenino, hito fundamental por el que la mujer adquiría valor como potencial electora, lo que promovió un cambio social, también impulsado por la Segunda Guerra Mundial y las mejoras tecnológicas que favorecieron el acceso de las mujeres al mercado de trabajo. En mi opinión, esto último es el segundo gran hito en la consecución de la cuasi igualdad de la mujer en países desarrollados, ya que, sin acceso a recursos económicos resulta complicado, si no imposible, tener un nivel alto de lo que se denomina empoderamiento, otra palabra muy de moda, y que se puede resumir en adquirir el poder para tomar decisiones sobre tu propia vida, alcanzando la autonomía de las mujeres. Al mismo tiempo, el desarrollo económico se produce en parte por esta incorporación de las mujeres al trabajo. Nadie puede negar que la no utilización del potencial productivo del recurso más importante, el humano, solo por ser mujer es un lastre para la economía. De hecho, los países más igualitarios son los que tienen mayor bienestar económico.

Obviamente, en los países desarrollados el nivel de igualdad es muy elevado, pero ¿sigue existiendo el machismo? Por supuesto, cualquier mujer que viva en España y haya salido alguna vez a la calle, trabajado o visto la tele, sabe que, si bien la mujer goza en nuestro país de igualdad jurídica, en el ámbito social y económico aún queda camino por andar. Ahora bien, la gran cuestión es cómo va a evolucionar la lucha por la igualdad si se deja en manos de políticos y «políticas» que buscan el voto rápido, fácil y manchan de ideologías políticas dicha lucha. El primer y alarmante resultado ha sido que no todas las mujeres somos iguales. Así, si no eres de una determinada ideología política, fundamentalmente progresista de izquierdas (aunque habría que discutir mucho sobre si lo son) da igual cualquier ataque machista que sufras, la mayoría de las mujeres (progresistas de izquierdas) no van a protestar contra ello. El feminismo siempre ha estado fundamentado en la solidaridad femenina, en esa red tejida a lo largo de los siglos. Esto ha dado poder a la mujer y se basa en que, aunque no piense como tú o incluso tú seas una mujer de ideas machistas (que las hay y bastantes), si te agreden de cualquier forma por el hecho de ser mujer, yo reacciono contra ello: en el trabajo, en la vida doméstica, en mi día a día, a nivel micro, sin que haya titulares ni periódicos, reacciono. Además, ahora resulta que si eres azafata de F1 cosificas a la mujer, pero si eres actriz o presentadora de televisión, hagas lo que hagas, no, y da igual los estándares de belleza profundamente dañinos que perpetúas. Las primeras no son tan libres como las segundas de ponerse lo que quieran y trabajar en lo que quieran, ¿por qué? Pues no tengo ni idea, supongo que solo lo que dicen ciertas mujeres es lo que vale, verdades absolutas incuestionables y si no estás de acuerdo, te conviertes automáticamente en machista y facha. La máxima preocupación que me surge es ¿no llevamos luchando desde el siglo XV para tener la libertad de elegir nuestros trabajos y qué hacer con nuestros cuerpos? Y si hay personas que piensan que estos causan un perjuicio o cosifica a la mujer, ¿no tenemos libertad para seguir realizándolos?, ¿de dónde viene este recorte de libertades para aquellas mujeres que no hacen lo que otras dicen o simplemente no comulgan con sus ideas?, ¿del progresismo?

* Profesora de Economía. Universidad Loyola Andalucía