Acababa de abrir una revista de estas que hablan de los famosos y comencé a ojear lo fastuosamente que vivían. No voy a nombrar a dichos fulanitos pero es cierto que son muchísimos y están relacionados con el arte y las grandes herencias. Sinceramente, es fácil hablar desde fuera porque no sé que haría yo o que haría usted si gozáramos de semejante posición social; a lo mejor seríamos más de lo mismo... Pero eso forma parte de la suposición y por tanto podemos seguir escribiendo: la gente famosa con grandes fortunas no son nada especiales y no debemos idolatrarlos como lo hacemos. Muy al contrario, demuestran ser muy vulgares y ese es el mensaje que deberían captar a través de la indiferencia de los demás. Sin embargo somos tan ingenuos que los seguimos como a dioses, queriendo saber todo lo que hacen como los niños que quieren ver lo que hay dentro de la carpa del circo. Llega un momento que los famosos se sienten tan agobiados por nosotros que hasta protestan por intromisión en la intimidad. Pero lo hay que hacer es ponerlos en su sitio ignorándolos a ver si así se dan cuenta de que no son divinos y que la vida es imprevisible y las tornas pueden cambiar... Cuando las personas tienen tantísimo dinero y patrimonio que muy posiblemente no puedan gastar, no ya ellos, sino la generación siguiente y aun así no acometen grandes obras sociales para ayudar al pobre, no merecen ser seguidas ni adoradas ni nada de nada. Sé que esta columna no es original ni dice nada nuevo pero debemos repetir hasta la saciedad que erigimos en dioses a los menos indicados.

* Abogado