Ha nacido una nueva clase de dirigentes sociales y políticos. Porque así hemos dejado que sea: son los extravagantes.

Y para definirlos utilizo un término muy moderado que proporciona la Real Academia Española (RAE), cuyo propio nombre es tan preciso que no se llama Real Academia de la Lengua Española, como muchos creen que se denomina. Y es que cuando se creó no hacía falta. No había otra academia española.

Pues bien, la RAE define extravagante en su segunda acepción como «raro, extraño, desacostumbrado, excesivamente peculiar u original». Viene esto a cuento porque hace casi 30 años me llamó la atención la portada de una revista social de gran tirada que titulaba: «El retorno de los groseros», con una foto de Jesús Gil, todo un personaje que tras su éxito en tele 5 acababa de ser entronizado en 1991 como alcalde-imperator de Marbella.

Gil fue un precursor de una forma popular (por no decir populista) de ser extravagante y de entender la política. Un antecedente que, salvando todas las distancia, nos permite comprender más a Donald Trump, Kim Jong-un, los impulsores del brexit, Matteo Salvini, los ideólogos de los campos de (des)concentración entre Alemania y Austria... Incluso en la política local hemos tenido casos extravagantes. No me extenderé en esto último.

Porque se puede ser un revolucionario muy serio (Lennin, Che Guevara, Mandela, Gandhi), conservador con más o menos peculiaridades (Ronald Reagan, Churchil, Margaret Teacher), socialdemócrata, democristiano, liberal, radical, comunista... pero sin ser extravagante. De hecho, a estos líderes de antes y de ahora se les podrá adjudicar todo el resto de adjetivos del diccionario: de héroe a genocida y de sanguinario a glorioso. Pero no el de extravagante.

Y sobre todo, lo que llama más la atención es lo bien que se entienden los extravagantes entre sí, como escuché recientemente a un acertado analista político para explicar el éxito de la cumbre entre Trump y Kim Jong-un. Lógico, porque los extravagantes lo que no quieren es hablar con gente seria que aborde asuntos complicados con los argumentos densos que requiere todo problema complejo. Se aburren.

Habrá que luchar contra ello o adaptarse, porque en estos tiempos de la dictadura del ‘like’ en las redes sociales, de escasas letras en Twitter y de mensajes simplistas de pocos segundos en youtube, el extravagante es el que lo peta. De verbo ‘petar’, término admitido por la Real Academia (ha tenido que tragar) y que hace furor desde hace una década de una forma... digamos extravagante.

* Periodista