Esta joven pareja con un hijo hace exactamente tres años que se instaló en el piso donde vive. Lo escogieron porque queda cerca de la escuela a la que querían llevar al niño. El piso no es muy grande, pero para una familia de tres ya está bien y tiene buena distribución. Menos que limpiar, se dijeron. Lo que les pidieron estaba ligeramente por encima de la media de la zona, pero les gustó la ubicación, la soleada terraza en la que ya se imaginaban pasando las tardes de primavera.

El bloque de pisos no es muy grande y el portero, que todo lo sabe, se ocupa de los problemas de los inquilinos como si fueran suyos y en estos tres años les ha dado una agradable sensación de familiaridad. Tanto él como los vecinos con los que coinciden a menudo en la escalera, el ascensor o la entrada, les han creado un leve sentimiento de pertenencia a este rincón concreto de la inmensa geografía barcelonesa.

Cuando aterrizaron en el piso les preocupaba la adaptación del pequeño. Era su primera mudanza, con poco más de un año de vida. ¿Cuánto tardan los cuerpos en acostumbrarse a las dimensiones de una vivienda acabada de estrenar? Al principio, lo recuerdan bien, tropezaban torpemente con los cantos de los muebles de la cocina, se equivocaban abriendo las puertas. Hasta que sus cuerpos, como de arcilla, se fueron amoldando a los límites de aquellos pocos metros ajenos que acabaron llamando hogar. Sus costumbres, los movimientos cotidianos, la infinidad de gestos repetidos que definen la identidad de los organismos vivos, acabaron por fusionarse con el piso. Entonces parecía que hubieran vivido allí desde siempre. Tomada la medida del espacio, puestos los objetos que definen memoria y gusto, el vacío entre las paredes se hace significativo.

También se tarda un tiempo en hacer nuestras las calles adyacentes al nuevo domicilio, descubrir los parques que le gustan al niño, las tiendas donde comprar cada cosa, el bar donde tomar una caña. Hace falta tiempo para tomar la medida al trozo de ciudad que habitamos.

Alquilar un piso es empezar una vida, proyectar un futuro, imaginar los años que vendrán. Lo que no nos habían contado era que tal futuro era de tres años, solamente tres y que luego ya veremos. ¿Quién puede planear nada así?

La pareja de la que hablo estaba convencida de que éste sería su sitio durante mucho tiempo y ya ni se acordaban, de que habían pasado tres años y les tocaba renovar contrato. Les comunicaron el nuevo alquiler y de repente supieron lo que es sentirse expulsados de su propia vida. Pero si este es nuestro sitio, y siguen intentando entender cómo pudo el administrador, tan amable al principio, dejarles caer como si nada una subida del 30%. Es la ley, ni más ni menos.

* Escritora