Tengo un viejo amigo, escéptico profesional, convencido de que los políticos en las democracias del Primer Mundo, por mucha honradez y generosidad que atesoren, cada día se parecen más a marionetas, cuyos hilos son manejados, desde la sombra, por los altos poderes financieros que, en última instancia, deciden las trayectorias que debe recorrer la ciudadanía y las grandes directrices del quehacer público. Dichas ideas, que compendian los criterios de mi amigo, se han visto corroboradas por esta crisis nacida en los USA, tras el auge de las hipotecas basura, y transportada a la UE, en donde ha afectado sobremanera a los países más manirrotos y confiados que, sin tener conciencia exacta del garlito en el que se introducían, les pareció de perlas vivir por encima de sus posibilidades. Creyeron que todo el monte era orégano. Una situación que, hasta el estallido de la crisis, fue favorecida por los entes financieros. Ellos están en el meollo de la burbuja inmobiliaria que alentaron, aún sabiendo que podía salir, como así fue, el sol por Antequera. Mi amigo me recuerda aquellos créditos hipotecarios, con tasaciones de bienes inmuebles a precios evidentemente especulativos, que iban acompañados del ofrecimiento de otro préstamo para que la pareja de trabajadores mileuristas pudiera cambiar de automóvil. Para culminar el disparate obsequiaban con un televisor HD a quienes querían cambiar la hipoteca de entidad. La conclusión de mi interlocutor es que tales hechos se producían porque bancos y cajas, con directivos cobrando jubilaciones estremecedoras, irritantes, se sabían indispensables y cuando pintasen bastos vendrían los políticos de turno con rescates y recortes para superar la crisis de la que, en los orígenes, habían sido cooperadores necesarios. De acuerdo, amigo; y si las cosas no son así, exactamente, se parecen mucho.

* Escritor