Entre las iniciativas de Donald Trump en sus dos delirantes primeras semanas han figurado en lugar destacado sus intentos de dividir a la Unión Europea mediante sus elogios al brexit y sus acerbas críticas a Alemania, por ejemplo. Frente a ello, la UE acaba de optar en la cumbre de Malta por reforzar la unidad, pero a costa de rebajar sensiblemente el tono de la réplica a los exabruptos del nuevo inquilino de la Casa Blanca. A considerable distancia de la opinión del presidente de la UE, Donald Tusk, que había considerado a la nueva Administración norteamericana como una amenaza al nivel de China, Rusia o el Estado Islámico, los 28 convirtieron esa amenaza en «preocupación» y se inclinaron por el pragmatismo de las relaciones internacionales frente al proteccionismo promovido por Washington. Pese a ser el blanco preferido de Trump, Merkel marcó el camino de la respuesta conciliadora, en el que también se alineaban desde el principio España o Italia, frente a la beligerancia francesa. La rebaja europea es comprensible ante la necesidad de mantener la relación transatlántica, pero el apaciguamiento sería un error. Europa debería seguir la recomendación del presidente de turno, el primer ministro maltés, quien dijo que la UE no puede permanecer en silencio cuando se vean afectados los principios europeos. Unos principios que los 28 también se comprometen a aplicar en su política migratoria.