El simple hecho de que el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea haya generado más inestabilidad en la economía española que la ausencia de un gobierno estable debería hacernos reflexionar sobre la realidad política en la que vivimos. Europa ha venido para quedarse. Podrá haber muchas dudas sobre el nivel de integración que deseamos y sobre el ritmo al que este proceso irreversible de integración política debe desarrollarse. Habrá siempre euroescépticos como los británicos que intenten continuamente hacer descarrilar el tren de Europa o simplemente frenarlo lastrando su marcha, pero no hay otro camino razonable que el que nos debe conducir a un espacio común para todos los europeos, un espacio en el que vivir a pesar de las diferencias culturales de origen y en el que poder desarrollarnos mejor como personas en una sociedad europea con una cultura europea en construcción. Porque el destino es tozudo y ya sabemos por la historia que si se dan ciertas circunstancias ocurrirán inevitablemente otras. No es que la historia tienda a repetirse, es que los seres humanos seguimos siendo básicamente los mismos: complejos cerebros que reaccionan de una forma simple ante un mundo complejo. Si nos sentimos amenazados, preparamos la huida o nos lanzamos al ataque. Nuestro objetivo es siempre la estabilidad. Saber lo que va a ocurrir con nuestras vidas antes de levantarnos cada mañana. Constatando en la historia la necesidad de esa estabilidad, nació el sueño de Europa.

Si los británicos son básicamente similares a los demás, ¿por qué buscan muchos de ellos su futuro al margen de nosotros? Bueno, en este comportamiento no son especiales; noruegos y suizos piensan igual cuando se trata de Europa: solo quieren lo bueno. De hecho, los británicos miran con muy buenos ojos el modelo noruego. Aunque a diferencia de Noruega y Suiza, países muy ricos, en el Reino Unido hay unos motivos más irracionales, más sentimentales: la gloriosa identidad británica. Eso explica por qué hay más euroescépticos entre las personas mayores o jóvenes con poca formación.

Yéndose o quedándose formalmente, los británicos siempre han estado con un pie en el alerón. El mismo Cameron, antes de hacer campaña a favor de la permanencia, exigió y consiguió el derecho a negar servicios sociales a determinados inmigrantes europeos y eximir al Reino Unido del compromiso de avanzar en la integración de Europa. El Reino Unido jamás ha contribuido de forma decidida y honesta a la construcción de una unión política europea. Si se hubiese avanzado más en los años ochenta y noventa, la integración de los países del Este sería más fácil. De hecho, el Reino Unido siempre ha sido partidario de la expansión de un mercado único europeo, pero no de una unión política más fuerte, y encontró pronto un aliado nacionalista antieuropeo fuerte en Polonia. Ahora, en plena crisis económica y con la gran tragedia de los refugiados tan difíciles de gestionar, los británicos han encontrado una oportunidad inmejorable para reforzar sus argumentos. Estando dentro o fuera, el Reino Unido es un lastre político para Europa. El dinero es lo de menos; el flujo del dinero podrá detenerse por momentos, pero siempre sabe encontrar su camino.

Debemos seguir avanzando en la construcción de una Europa unida. Y hacerlo con más democracia, más transparencia; sin despilfarrar recursos, pero manteniendo el principio de la solidaridad, ese principio tan caro de mantener para algunos, pero que permite dar estabilidad a nuestro espacio común, de modo que cualquier ciudadano europeo pueda nacer, estudiar, trabajar y disfrutar de su jubilación en cualquier parte de esta pequeña esquina del Mundo.

El resultado del referéndum debe ser una oportunidad para relanzar el proyecto común europeo. Europa se queda. H

* Profesor de la UCO