LeBron James lideró a su equipo, los Caballeros de Cleveland, para conseguir una victoria épica contra los Guerreros de Stephen Curry. Tenía en contra la estadística, nadie había remontado un 3-1 en la final de la NBA, y el encanto de Curry, tan apolíneo y atractivo, con un tono de piel apropiado para que tanto las comunidades negra como blanca de Estados Unidos, que siguen con una «guerra civil» larvada, lo sintieran como suyo. Por el contrario, James es dionisiaco, hipertatuado y «piel oscura». Si Curry hubiese podido protagonizar un capítulo de las amables La familia de Bill Cosby o El príncipe de Bel Air, asimiladas e integradas a los valores del American Dream, LeBron, con esa pinta de rapero del Bronx, sería el intérprete ideal para una tragedia llena de violencia, ruido y furia «nigger» de Quentin Tarantino o ser el «Boss» de la mafia de las drogas en The Wire.

El LeBron James de la política es, pese a estar en polos estéticos antitéticos, David Cameron. El primer ministro inglés, el clásico producto educativo de Eton y Oxford, atildado y de dicción perfecta, tiene, pese a su pinta modosa y clásica, un punto heterodoxo y atrevido, al borde del suicidio político, que le hace ser el político más interesante del orbe occidental. Allá donde otros resultan razonablemente previsibles, como Angela Merkel, y otros parecen una imitación deleznable de Groucho Marx en Freedonia, Nicolás Maduro en chándal bolivariano sin ir más lejos, David Cameron ha conseguido meter por el aro del «matrimonio gay» a sus huestes conservadoras, ha convencido a los escoceses de que se queden en Gran Bretaña y ahora tiene que camelar a todos los británicos para que no se vayan de la Unión Europea.

Pase lo que pase, esta semana pasará a la Historia. Ya sea como Semana Trágica o Voluptuosa. Puede ser la semana en la que Gran Bretaña votó por el Brexit y en España se impuso la extrema izquierda. En ese caso, sería seguramente el fin del European Dream y el inicio en España de la pesadilla populista con los Venezuela Boys de Pablo Iglesias, tomando el poder con su estética de baratillo, su ética del resentimiento y su política de okupas. Pero también puede ser el giro hacia la consolidación de los Estados Unidos de Europa, el proyecto de unidad en la diversidad que los europeos defensores de la Ilustración y la civilización, el Estado de Derecho y la economía de mercado, deberíamos de tener como irrenunciable horizonte de futuro de nuestra generación.

Si triunfan el miedo y la ignorancia que representan el Brexit y Pablo Iglesias, Europa se convertirá en un reino de taifas en el que las referencias serán países Suiza o Noruega, tan ricos y democráticos como egoístas y narcisistas. Una vuelta a los «estados-nación» sería parecido a cómo resucitan los muertos en The Walking Dead, con algunos países como Alemania o Holanda convertidos en fortalezas prósperas pero insolidarias, al estilo suizo o noruego, mientras que otros, como España o Grecia, se precipitarían por la senda de los «Estados fallidos» bajo la égida de líderes tan carismáticos como demagógicos.

En Europa contamos con David Cameron, nuestro Lebron James capaz de superar sondeos catastrofistas en el último recuento. En España, todo dependerá de si el único partido que se ha mostrado decididamente europeísta, y ha hablado de ello en campaña, Ciudadanos de Albert Rivera, consigue una representación suficiente para conseguir ser el árbitro que conduzca el partido parlamentario por la senda del fair play o, por el contrario, los «tenores y jabalíes», como los habría calificado Ortega y Gasset, de Podemos cumplen su sueño, y nuestra pesadilla, de acabar con la Transición y la UE. Hasta la última canasta, hasta el último voto, todo es posible.

* Profesor de Filosofía