Somos cada vez más quienes el nueve de mayo nos preguntamos cómo mejorar la construcción europea y cuáles serían las metas más acertadas para mantenerla unida, teniendo en cuenta los intereses de los Estados que la componen.

Es posible y necesaria una profundización política de la UE que juegue un papel determinante en la escena mundial como espacio democrático, frente a los autoritarismos en auge en diversos escenarios del tablero global.

Si tenemos en cuenta que ha sufrido dos contiendas sangrientas que la dejaron exhausta y al borde de su desaparición como sujeto político de futuro, la Europa de hoy es un milagro histórico. En cambio resurgió en el último tercio del siglo XX como una potencia de paz y equilibrio, que debería jugar un papel estratégico en un mundo globalizado, donde aún quedan rescoldos de la guerra fría.

Si damos los pasos hacia una integración económica y comercial, judicial, fiscal y financiera que controle el capitalismo más salvaje, podremos mantener y mejorar un Estado del Bienestar donde los ciudadanos sean protagonistas. Una Casa Europa que es un gigante económico y que debe dejar de ser un enano político, que requiere un proyecto esperanzador, movilizador contra los euroescépticos y contra toda clase de chovinismos de corte nacionalista.

La Europa de la cultura grecolatina y el cristianismo, del Renacimiento y la Ilustración, de los ideales liberales y el socialismo y de las ciencias universales.

Como propone Javier Marías a los jóvenes en su búsqueda de ideales políticos y culturales, qué mejor que el combate por Europa, bastión de las libertades.

Somos europeos, con voluntad de seguir siéndolo. Más allá de nuestra identidad mediterránea con la que nos identificamos, está la patria europea, como paso obligado hacia el cosmopolitismo.

Hay que seguir pensando Europa como espacio de encuentro y solidaridad, como antídoto eficaz contra los totalitarismos. Una tarea nada fácil que exige un compromiso firme de los jóvenes con su futuro.

* Profesor de Filosofía