Europa ha enterrado su dignidad en Idomeni, un campo improvisado de refugiados que nunca debería haber existido. Las personas que han permanecido bloqueadas en la frontera de Grecia con Macedonia tras el cierre de la llamada ruta balcánica por parte de este último país han sumado penalidades y humillaciones vergonzosas sin que Europa fuera capaz de detenerlas, incluido el lanzamiento de gases lacrimógenos y de balas de goma por las fuerzas de Skopie. Ahora, aquellos refugiados atrapados en medio de las tensiones políticas y de seguridad entre los dos países balcánicos están siendo evacuados hacia centros de acogida oficiales al norte de Grecia, donde es de esperar que las condiciones sean más dignas y dispongan de mayores facilidades para realizar los trámites burocráticos necesarios que les permita salir del atolladero en el que se encuentran. Ayer fueron trasladadas más de 2.000 personas, tras obligar a los medios informativos y a los voluntarios a abandonar el campamento.

Idomeni simboliza la deriva europea hacia el abandono de sus principios fundacionales, que, con la llamada «crisis de los refugiados», ha ido desatando movimientos de respaldo a la extrema derecha en varios países europeos impensables hace unos años. Improvisado en el 2014, el campo ha existido sin que hubiera un plan para cerrarlo. Han tenido que pasar dos años. Grecia, que carga con su descomunal crisis económica, debía hacer frente a una situación que le superaba totalmente en la que, por fortuna, ha contado con la inestimable colaboración de diversas oenegés. Coincidiendo con el traslado de los refugiados, en Estambul, en la Cumbre Humanitaria Mundial se han podid escuchar, finalmente, lo que parece un programa sensato para hacer frente a la crisis más allá de parches de dudosa eficacia como el acuerdo de la UE con Turquía. Alemania ha propuesto en aquel foro una estrategia europea combinada bajo la dirección de un comisario especial. La propuesta parte de la constatación de que se necesitan nuevos instrumentos para hacer frente a la mayor crisis registrada en la Unión desde su fundación y para ello propone destinar a esta estrategia el 10% del presupuesto europeo. Una vez más, la canciller alemana demuestra más valentía y claridad en la defensa de los derechos humanos que sus colegas europeos.

Hasta ahora la Unión ha intentado detener, más que resolver, el flujo de refugiados a base de cumbres inútiles en las que las decisiones tomadas quedaban después aparcadas en un limbo. La muestra de esta inanidad la tenemos por ejemplo en España a donde ayer llegaron 20 refugiados procedentes de Grecia --solo uno a Andalucía, a pesar de que tanto la Junta como las ONG han anunciado estar preparadas y dispuestas para acoger a muchas familias- que se suman a los 18 llegados con anterioridad. Son unas cifras que sonrojan. H