La eterna canción del victimismo catalán ante el agravio o desestima españoles tiene orígenes remotos. Como es harto sabido, algunos estudiosos la remontan al momento mismo de haberse conseguido la unidad nacional, cuando los oriundos del Principado fueron excluidos del lucrativo comercio con las Indias... Episodio controvertido que, en todo caso, no significó obstáculo alguno para que en el gran siglo de la América hispana --el XVIII-- el protagonismo ultramarino catalán fuese hegemónico, aplastante, indiscutible. Y no por ello cedió mucho lo que ya se había convertido en permanente lamento de preterición de Cataluña frente a Castilla y, a partir de entonces, España, pues fue la realidad nacional de esta, conforme la tesis de un historiador eximio de biografía reciente, es la más grande creación de la centuria ilustrada. Ciertamente, existieron paréntesis e hiatos en esta malhadada corriente, pero sin verdaderas rupturas o quiebras sustantivas.

Comediada la primera dictadura del novecientos hispano, el político catalán quizás de mayor proyección internacional y figura cimera de la vida pública española del novecientos, el gerundense F. Cambó (1876-1947), dio a la luz un resonante libro --Per la concordia--, todo él de renovada actualidad hodierno, pero en particular el parágrafo siguiente: «Es innegable que, en Cataluña, la sensación de hostilidad viva y constante de que está rodeada provoca un sentimiento semejante. Creo, sin embargo, que la animosidad de que es hoy objeto, es mucho más honda que ese recíproco sentimiento; y creo que el día en que el buen sentido se imponga, yéndose lealmente a una solución de concordia, quienes hayan de vencer la hostilidad contra Cataluña, tendrán la tarea más dura y difícil que aquellos que tengan que luchar con su natural repercusión en el espíritu de los catalanes. En la obra del desarme sentimental, indispensable para llegar a una conciliación política, la labor a realizar en Cataluña, estoy seguro, será menos difícil que la que habrá de hacerse en el otro campo. Abrigo una absoluta confianza en que los rencores catalanes cederían rápidamente a los primeros síntomas de comprensión y afecto por parte del resto de España. En Cataluña el rencor es reflejo y, en el fondo, no es más que la expresión de una pena, de un descorazonamiento: una reacción de fe y esperanza suprimiría hasta el rastro de ese encono. Y es que, en Cataluña, el hecho diferencial es, en puridad, un sentimiento positivo que solo transitoria y accidentalmente se transforma en negativo. Por el contrario, el espíritu asimilista tiene hoy más de aversión al hecho diferencial ‘que molesta’, que de adhesión al hecho hegemónico; es más una repugnancia afirmación catalana que un amor a la unidad y a la grandeza española, a base exclusivamente castellana».

Es obvio que cualquier comentario o glosa a tan elocuente texto no añadirían nada a su fuerza expresiva y emocional. Tal vez, únicamente cabría aducir que si una personalidad de excepción en todas las facetas --política, cultural, financiera-- como lo fuese el gran líder de la «Lliga» pensaba de tal manera, es muy poco el margen o terreno que cabe, de verdad, abrir a la esperanza en el horizonte que visualizará el 21-D.

En él, en su surco, sin embargo, habrá de sembrarse la semilla de una auténtica concordia. Una política tan inteligente como generosa tendrá que ser su principal instrumento. En el inminente 2018, en una España atenazada de problemas, ninguna otra empresa habrá de tener, a escala del poder y de la ciudadanía, una mayor prioridad.

*Catedrático