Ahora, un ataque terrorista en Londres. Como si los atentados y el turismo fueran el futuro, lo que el siglo XXI --de paro y malos sueldos para nuestros hijos-- nos tiene prometido. El turismo porque las muertes violentas del terror están deshabitando a Egipto, Túnez, Israel, Marruecos, Jordania, Libia o Argelia en tiempos de las vacaciones occidentales. Y los atentados porque ETA ha anunciado su inmediato punto final, uno de los momentos más deseados de la actual historia de España. Hace unos días un programa --de humor, decían-- de ETB nos devolvía a aquel tiempo en que los vascos se autodefinían superiores a los españoles, a quienes --según se podía ver en el vídeo-- consideraban fachas y paletos. Una ofensa --lo pude ver-- impropia de personas generosas. El anuncio, sin embargo, del final de ETA, tras siete años sin violencia, nos devolvió a una realidad apacible, la de la vida sin sangre y sin rencor hacia el vecino. Cuando por las calles de nuestros pueblos, desde la barbería de mi padre, se oía a los niños que corrían cantando «que viene la ETA, la ETA...», un grupo, en aquellos tiempos, político al que no se le conocían todavía malas muertes sino, sobre todo, discusiones de pensamiento. Vino el atentado sobre Carrero y un año después, en 1974, el perpetrado en la calle Correo de Madrid, con 14 víctimas. Y ya todo cogió el color morado del sufrimiento y el rojo de la sangre. Y el oscuro de la intransigencia de quienes con una pistola controlaban el pensamiento. Luego llegó el alto el fuego de marzo del 2006 y el día de campo en enero de 2007 en mi pueblo, Villaralto, donde se nos amargó el lechón con el atentado de Barajas el 30 de diciembre de ese año. Y la visita a una herriko taberna en Pamplona en la que comprobamos que ni las cañas ni los vinos servían para lo que habían sido creados: unir y respetar estilos de vida. Claro, era como querer acampar en un cuartel en el que el pensamiento vestía uniforme obligatorio. Algo parecido a dar una opinión en el Parlament de Cataluña contraria a las consignas nacionalistas. Menos mal que en España, y en el extranjero que anda fuera del santo y seña de los que no quieren «ajuntarse» nada más que con los de su «raza», se va agigantando el Camino de Santiago, ese tramo del pensamiento mágico en el que la religiosidad se mezcla con la apertura y todos los razonamientos caminan para llegar al final a Compostela, donde se busca la paz.

Quizá por eso le dieron, en el 2004, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia «símbolo de fraternidad y vertebrador de una conciencia europea». La que tendrá el País Vasco después del 8 de abril, cuando ETA haya entregado todo su arsenal de matar.