Dos formas hay para poder estudiar medicina en la UCO. Una sacar una nota galáctica en la selectividad y otra, para niñas o niños ricos, haciendo turismo; se matriculan en el extranjero y luego vuelven por traslado. Hubo una supuesta tercera vía llamada "la del salto de altura a lo Fosbury": padres o madres con poder en la maquinaria administrativa de esta Universidad que modificaban los listones para adecuarlos a las marcas de sus hijos, por lo que entraban de cabeza, y no así el compañero que venía detrás, pues volvían a elevar el listón y el infeliz se desnucaba.

Conocí los que, en vez de saltar, agachaban la cabeza y pasaban por debajo del listón corriendo. Cosas similares han sido denunciadas con los traslados de expediente de los que hicieron la turné , pues unos fueron recibidos con ramas de olivo y otros con tres palmos de narices teniendo que volver al idílico exilio.

¿Cómo se meten en competición de tanta dificultad si es una carrera larga? El médico ya no es el ser mitológico adorado por la sociedad ni el cuerno de la fortuna se alcanza con facilidad. Será que la vocación por la medicina ha eclosionado como el big-bang y se le suman las vocaciones tránsfugas de monjas y curas, pues conventos y seminarios están desalojados, y las clausuras clausuradas.

Hay promociones que nacen con estrella y ésta fue una de ellas pues coincidió con la entrega del premio Nobel a Warren y Marhall por descubrir el Helycobacter pylory en la úlcera de estómago. Y es que hay hallazgos que se escapan, pues están en las profundidades subcelulares o en las marañas genéticas y quedan como distantes. Pero este es un tema de andar por casa y a cualquier novicio le debe potenciar su pasión por el estudio, pues se puede sentir próximo a ellos, al alcance de su entusiasmo y posibilidades.

Tras requeteleer los renglones escritos en blanco sobre blanco que suceden a los de negro sobre blanco del discurso de los estudiantes en el acto de graduación de la XXXIV promoción del pasado mes de mayo, no me queda la menor duda que es la vocación la que los arrastra al cadalso.

Se quejan del frío recibimiento al entrar en la sala de disección y no saben como huelen los cadáveres con "la calor". Reconocen que la vida universitaria les supuso "un cambio importante en sus vidas": "Aprendimos que un fin de semana puede empezar un jueves". Nos prometió una señora que si la elegíamos rectora declararía los viernes festivos ¿estos habrían iniciado su finde los miércoles? "Que la asistencia a las agrobarras era tan obligatoria como ir a prácticas", que "las visitas al bar eran 3-4 veces al día".

Y que por culpa del mayo de cruces conocieron por primera vez los exámenes de septiembre. Aseguran que las señas de identidad de un alumno de primero era decir sincitiotrofoblasto.

En segundo curso celebraron con entusiasmo los éxitos de ¡Fernando Alonso! copiando a contra reloj los apuntes de fisiología y alcanzaron el más alto nivel de estrés en tercero, por la presión académica, y se plantearon dejar la carrera, pues entrar por primera vez al hospital solo les motivaba el encontrar al profesor que le firmara la libreta de asistencia. En cuarto se colgaron un fonendo al cuello. Quinto fue desempolvar los apuntes de tercero e integrar la información de 228 diapositivas por hora de Pediatría. Y concluyen en sexto, tras hacer en cuarenta y cinco minutos sesenta preguntas de médica, que "la finalidad de toda licenciatura de medicina es el MIR".

Y, digo yo, ¿cómo se defenderán el día que los suelten en una sala de urgencias? Esto es la cultura profesional de consumo, la de los que, según Hasley, solo persiguen obtener un titulo para reclamar un empleo.

La Vocación, es la expresión de nuestros valores, los anhelos del alma en relación con nuestra vida como existencia válida y trascendente. Nuestros sueños. Es una compulsión irracional que nace en las capas más profundas de la conciencia impulsándonos a hacer algo que al realizarse nos trae el equilibrio; la razón de nuestra existencia.

Y se recrean en los viajes que merecieron la pena, las birras germanas e italianas, el tinto francés y los tequila, la caipiriña, el pisco, el mate o el pura vida. O sea, que los estudiantes iniciaron su carrera en la tasca de la facultad y la terminaron en la añorada Bodeguita de en medio de Hemingway y Neruda, cantada por Carlos Cano en La Habana.

Y en los seis años hubo además frustración, desesperanza, dudas, hastío, copistería... ¿No encontraron a ningún maestro ni vieron al paciente besarle la mano al médico? ¿No calmaron el dolor, no se emocionaron con el neonato ni con los ojos grandes de los niños enganchados al gotero? ¿No consolaron a la madre del donante?

La vocación nos viene sin haberla llamado, pero si no la alimentamos se pierde dejando un vacío que jamás será colmado ¿Son culpables de esto solo los estudiantes?

* Catedrático emérito de Medicina. UCO