No es un asunto de mujeres. No es una enfermedad nacional, ni una epidemia, ni una lacra en nuestro estilo agrietado de vida, y tampoco es violencia de género, porque el eufemismo se queda demasiado corto: no es eso únicamente lo que estamos viviendo este mes de febrero, o es eso y mucho más. No es un asunto sólo de mujeres porque los ejecutores son hombres y porque cada hombre debiera sentirse agredido también, atacado también, asesinado, machacado con ellas, denigrado y exterminado con ellas. Que en dos meses de 2017 ya hayan sido asesinadas 16 mujeres en España es el más desesperante comienzo imaginable y la constatación de que seguimos quemando los tenues adelantos de los últimos tiempos en igualdad entre géneros, además de nuestro peor autorretrato. Porque si partimos de la base de que el mejor y más definitivo índice sobre el desarrollo democrático de un territorio es la protección de los derechos de la mujer y de sus minorías, en absoluta igualdad con los del hombre en su perfil mayoritario, veremos que España no está en el lugar del que presume. El debate es infinito, pero es la realidad la que se impone dolorosamente al debate: en sólo 72 horas se han consumado 5 crímenes, lo que ya nos sitúa en un estado de sitio de nuestras libertades, de nuestra propia vida, la enhebrada en paridad entre mujeres y hombres, entre hombres y mujeres, en una resistencia a los estigmas que nos siguen sangrando en carne viva, que continúan la misma matanza silenciosa que nos amputa como sociedad.

El Gobierno ha anunciado un seguimiento semanal de la violencia de género: no dudo de su buena intención, aunque estos ocho años las políticas de erradicación del terrorismo doméstico, a través de la concienciación pública, han brillado, más bien, por su ausencia desde los consejos de ministros. Ojalá los nuevos dos órganos permanentes del Ejecutivo, que concentrarán varios ministerios, para prevención y valoración, por un lado, y para para aplicar legalmente las conclusiones de la subcomisión de violencia del Congreso, por otro, con los distintos grupos, las autonomías y los ayuntamientos, den sus frutos, junto con el nuevo programa policial de análisis de conducta de los asesinos, para posibilitar la prevención. Ojalá: porque todo suena, de nuevo y como siempre, no tanto oportunista como repetidamente anunciado, porque las mujeres son asesinadas en un goteo de hierro, matadas a chorros en España y el mundo. Hay que trabajar en la conducta de los asesinos, en sus resortes íntimos, en ese laberinto de cabezas que entienden la mujer como una posesión. El ánimo de matar parece claro, y son muy necesarias respuestas específicamente tecnológicas, desde las fuerzas de seguridad, para que las órdenes de alejamiento, por ejemplo, sean verdaderamente efectivas, lo que no siempre ocurre. Porque si en los primeros 53 días de 2015 fueron asesinadas 5 mujeres, y en 2017, en este mismo período, han caído ya 16, lo que ha fallado es la prevención.

Dice María Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio del Poder Judicial, que «todos los asesinatos son un fallo del sistema», y es verdad. Si no hay denuncia, «no se ha sabido trasladar el riesgo que puede entrañar estar inmerso en el círculo de la violencia». Dos de las fallecidas tenían órdenes de alejamiento de sus exparejas. ¿No se logra lanzar, desde las instituciones, una verdadera sensación de peligro constante para las mujeres que están amenazadas? Es posible. Pero los asesinos siguen ahí. Esperando.

Pienso en muchas cosas. En la brecha salarial del 22,9% entre mujeres y hombres en la provincia de Córdoba en 2015, con el 8% de los hombres trabajando a jornada parcial, por el 26,3% de las mujeres, concentradas en sectores y ocupaciones con menor remuneración y oportunidades de formación y promoción más limitadas: salario inferior, menor respeto laboral y social y cosificación sexual, además de una exigencia estética infinita, que en el hombre se viste como una complaciente madurez.

En muchos países la discriminación jurídica de la mujer termina en su asesinato sistémico, físico y moral, en su mutilación para una plenitud laboral, social, sexual y vital. Esto no es una lacra, sino una guerra de sometimiento contra las mujeres. Aquí tenemos la ley, pero no es bastante si no se vuelve costumbre natural de vivir. El único progresismo real pasa por la igualdad de hecho y de derecho de la mujer y el hombre, y es el hombre el primero que debe defenderlo. Gritémoslo otra vez, mientras nos siguen matando.

* Escritor