De la reunión de ayer en París para combatir al yihadismo del Estado Islámico (EI) resultan dos imágenes, la de 30 países dispuestos a contribuir para detener el desafío y la del convocante, un François Hollande disminuido en la escena francesa, crecido en la internacional. Hasta aquí lo fácil. Ahora viene lo difícil. Las decapitaciones de occidentales por parte del EI son una provocación en toda regla. La barbarie instaurada por este grupo y la amenaza a la estabilidad merecen una respuesta, pero la respuesta a seguir plantea una gran complejidad. Oficialmente, la conferencia de ayer tenía por objetivo la paz y seguridad en Irak, pero el mayor problema es Siria. Los yihadistas han borrado la frontera entre uno y otro Estado. Si en Irak la situación es complicada con un nuevo Gobierno que aún no ha demostrado su capacidad de gestión, con sunís y chiís enfrentados, y con los kurdos que no abandonan su aspiración a la independencia, en Siria todo es mucho peor, principalmente por el gran abanico de grupos combatientes desde el EI hasta el Ejército regular de Bashar Al Asad, quien fue el objetivo inicial de la rebelión. De momento no hay una estrategia clara para este país. También hay grandes contradicciones entre los 30 firmantes de Paris, en particular entre los países musulmanes. No todos tienen la misma agenda y ni siquiera coinciden en la definición de terrorismo. Y siempre hay el peligro de crear un problema aun mayor como ya ocurrió con la invasión de Irak.