Los persistentes escándalos vinculados con la corrupción política y conexos a ella nublan la visión del resto de acontecimientos que nos depara la vida pública. Así que la semana de postpasión que viven los populares como consecuencia del enésimo pufo que les descubre la policía, y atiza el juez Velasco: una nueva trama corrupta entorno al expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, opaca la batalla interna que libran los socialistas denominada de manera eufemística Primarias. Aunque no lo crean, a muchos de ellos les gustaría pasar desapercibidos en este trance, es tan penoso su tránsito que preferirían ser invisibles. Porque todos saben (y si aún hay algunos que no se han dado cuenta, peor para ellos) que las Primarias del 21 de mayo es la Estación Termini del PSOE. Hasta esta playa ferroviaria van a llegar, pero ya no disponen de más vía: el camino se les acabó.

El primero en llegar tendrá que ocuparse de todo, incluso de la organización de su propio entierro político si se diera el caso. Nadie le va a dar más prórrogas, ni perdonar más errores. Hasta el día 21 llegó la nefasta escapada socialista. Observan aterrorizados como se hunden tras ellos los grandes palacios de la socialdemocracia europea: Inglaterra, Francia, Holanda..., mientras corren aturdidos queriendo alcanzar la victoria del 21 porque confían en que a partir de este día comenzarán a ver un tibio sol de esperanza ante sus ojos.

Pero nada ocurrirá de esta manera, o todo será aún más duro si el ganador no tiene muy claro que ese día empezará de cero, que tiene que abrir los brazos a todos y en especial a aquellos que han sido sus adversarios más enconados. Y desde la generosidad, y a cubierto del mínimo techo de una cabaña, empezar a trazar nuevos caminos. Porque el PSOE actual, perdido en el gran manglar de la globalización, ha olvidado el significado de la palabra futuro. Solo guarda en el cofre de la memoria su denominación hermosa, los ideales más bellos por los que ha luchado nunca el ser humano, una ejecutoria noble y muy digna (con su morral de grandes errores y soberbia también) y la determinación de los mejores entre ellos de persistir en la lucha por continuar siendo protagonistas de nuestra historia.

Pero hasta ahí llegan, no pasan de ese umbral que para muchos de ellos se ha convertido en un muro. Ni siquiera han resuelto si continúan siendo la izquierda reformista que fueron para hincar el diente a los nuevos tiempos de la gran revolución tecnológica, la desigualdad, el desempleo y el autoritarismo, o se convierten en la minina charanga rosa que acompañe al populismo español tan tropicalizado. El 21 de mayo se debería decidir sobre todo ello: convertirse bien en una suerte de nuevo Pasoc que acompañe a esa flamante fuerza de inspiración comunista que llamamos Podemos, si gana Pedro Sánchez, o bien remar contra el incierto futuro desde la izquierda posible y transformadora, de ganar Susana Díaz.

En España no andamos en tiempos de rupturas «porque el sistema no es reformable», como piensa el mundo de la coleta y la mayoría de las mareas que le acompaña. Y no lo debería ser porque conocemos bien los efectos que tuvieron las políticas que impusieron los padres políticos de nuestra izquierda disparatada: dictaduras y pobreza. Las reformas promovidas por la izquierda democrática sí tienen recuentos históricos provechosos. Nuestras sociedades necesitan con urgencia políticos que procuren soluciones pactadas y progresistas, pues el recuento de daños ya está hecho. Lo que no es entendible, por ejemplo, es que Google decida el transporte del futuro o que factorías disimuladas en el mundo desarrollado estén fabricando ejércitos de robots con los que destruir el empleo del mundo sin dar una salida al trabajador. Estas son las respuestas que se esperan de los políticos para que empecemos a confiar en ellos. Y en esas trincheras es donde deben batirse los mejores socialdemócratas si quieren sobrevivir.

* Periodista