Dice Lluís Llach que se sancionará a los funcionarios que desoigan la ley de desconexión catalana. Y tu pensamiento empieza a desconectarse de ese tiempo en que su canción L’Estaca, nacida aquel mítico 1968 de nuestra vida, era la voz de quienes luchaban por desatarse de la madera a la que estaban atados cuando vivía Franco. Ahora parece como si el nacionalismo algo ultra al que ha llevado Llach a la nova canço te retumbase en los oídos como si todo aquello hubiese sido un sueño que se murió con el siglo. O cuando lo hizo Franco. Jordi Pujol, el expresident de la Generalitat que se solía escudar de los hechos incómodos con el «avui no toca», cuyo despacho ha sido registrado por la policía, asiste a la entrada en prisión de su hijo, acusado de blanquear millones estando ya imputado. El juez manda a la cárcel a Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid, y Esperanza Aguirre, también expresidenta madrileña, que subió al trono por el tamayazo --aquel transfuguismo de dos parlamentarios del PSOE, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, que con su cambio de voto permitieron su entrada y la del PP en la Asamblea madrileña en el 2003--, dimite de todos sus cargos. Menos mal que Rajoy nos da una alegría y presume de que «bajo mi mandato se persigue la corrupción» («Luis, sé fuerte»). Y Trump aprueba una bajada de impuestos para las empresas y los más ricos en Estados Unidos. Menos mal que hay farmacéuticos que se van a Las Palmeras, cuya procesión de La Piedad abrió el Miércoles Santo de Córdoba, los cuidadores de los patios siguen haciéndolos atractivos y los colectivos sociales mantienen vivas las cruces. Otro mundo es el de los hoteles, los bares y los restaurantes que, parece ser, no contribuyen directamente al mantenimiento de los patrimonios de la humanidad (Mezquita, parte del casco histórico y patios) que sostienen el turismo de Córdoba. La belleza de los patios y su convocatoria a los viajeros multinacionales no se sostiene en la venta masiva de tortillas sino en el trabajo continuo de sus propietarios, que riegan macetas y miran a los cielos para que el sol y la luna les sean propicios. Como lo demuestra la guía Los patios de Córdoba, donde queda constancia escrita de esos espacios donde el agua, la cal, las macetas, las flores y la belleza hacen convocatoria de unos de los deslices más festivos y felices de mayo de la humanidad, donde es posible, a través del azahar, pensar en un mundo sin corrupciones, sobre todo políticas. Y sin pronunciamientos contra los funcionarios que desoigan la desconexión catalana. Porque nos deshacen la belleza que supone desatarse de la estaca.