Empezar un nuevo año requiere siempre un ejercicio de optimismo. En primer lugar, hay que estar agradecidos por haber llegado hasta él, en mejores o peores condiciones físicas y anímicas, pero a fin de cuentas haber vivido para contarlo y no haberte quedado en el camino como otros; porque llega un momento, conforme vas echando canas, que son más las despedidas que los nuevos encuentros. Pero a lo que iba, hay que ser optimista y zambullirse en este 2018 recién estrenado como lo que es: doce meses cargados de promesas en lo personal y en lo público. De lo primero, cada uno sabrá qué pedir para el día de los Reyes Magos y todos los días que vengan después --a veces, créanlo, la vida te sorprende y te da hasta lo que no te has atrevido ni a soñar--. En cuanto a los temas de ciudad, 2018 guarda para la nuestra un buen lote de proyectos en cuya culminación se tienen puestas las mayores esperanzas. «El tren de cercanías y otros 25 proyectos más echarán a andar este año» era el título con que este periódico, en las primeras horas del año, anunciaba un completo análisis de las perspectivas con que arranca el ejercicio en materia de infraestructuras. Estas no son todo desde luego en el devenir ciudadano pero sí la parte más visible de los avances de cualquier urbe que se precie, y por tanto lo que más marca los logros y fracasos de los representantes institucionales de turno. Otra cosa son los votos, que no se alimentan solo de ladrillos sino de emociones.

Pero, en fin, aferrándonos con entusiasmo a la agenda que nos quedó pendiente en el 2017, además de la inminente llegada del cercanías entre Alcolea y Villarrubia, parece que por fin será una realidad la muy solicitada nueva salida de la autovía A-4 a su paso por Córdoba, cuya obra está a punto de empezar; y el aeropuerto, según lo previsto, podrá levantar el vuelo a partir del mes que viene al entrar en servicio la pista ampliada y reanudar los vuelos comerciales gracias al ansiado sistema AFIS, con lo que ya solo faltará el empuje de una iniciativa empresarial que devuelva a sus instalaciones fantasmas la alegría comercial que tuvieron en sus comienzos, allá por la década prodigiosa del alcalde Antonio Cruz-Conde.

Es de esperar también que, tras largos y repetidos parones --si no los hay, esto no sería Córdoba--, acaben la reforma del Centro de Exposiciones, Ferias y Congresos, y la del Palacio de Torrijos; la antigua Escuela de Magisterio; la Biblioteca de los Patos y la primera fase del Marrubial; y que se reanuden los trabajos de la ronda Norte y la urbanización de la vieja Azucarera. Y que empiece la segunda fase del Templo Romano --pero antes, que se imponga un poco de civismo, por favor, y deje de usarse este céntrico y singular enclave como monumental basurero--, y la remodelación del Arqueológico y...y muchas otras iniciativas en distintas fases de ensoñación que mantienen esta ciudad con la tensión baja.

Un buen subidón de pulsaciones estaría garantizado si, cumpliéndose el deseo de toda España --es la única candidatura del país- Medina Azahara fuera nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Con ello el yacimiento arqueológico, sumando su título a los que ya disfrutan la Mezquita-Catedral, el centro histórico y, en la modalidad de inmaterial, los patios, vería reforzadas su protección y la venida de dinero para seguir desenterrando el esplendor de su pasado, que está por descubrir al 90 por ciento. Sería una nueva razón de peso para rentabilizar la belleza de esta Córdoba que enamora a todo el mundo, a veces hasta a los cordobeses. Pidámoslo a los Magos.