Si uno va por el desierto, a veces puede ver un río o un lago o un charco y exclamar: ¡Agua! Si está sediento --lo que es muy probable-- se abalanzará en el líquido elemento y se dará de bruces con la ardiente arena. Esa agua es un espejismo. Puede incluso verla en un palacio entre el verde palmeral en donde brota de un manantial cristalino. Es igual. Nada de eso existe donde él lo ve. Como se sabe, el espejismo es un efecto refractario de algo que existe en otro sitio, quizás a muchos kilómetros de distancia. El espejismo esconde una verdad, no obstante. Y no hay que meterse en un desierto para comprobarlo. Vivimos mil espejismos diarios, que las cosas no son lo que parecen o como nos las cuentan.

Por poner unos ejemplos, en las áridas arenas de nuestra política parlamentaria, parece que el poder está en nuestros representantes y a ellos nos remitimos con aplausos o abucheos, siendo la verdad que son los actores del mundo económico internacional los que llevan las riendas y dirigen el cotarro. El poder existe, pues, pero está en otro lado. Se ve claro en Cs, que es un espejismo del Ibex-35 (véase su programa económico neoliberal), y a saber quiénes son los accionistas de esas empresas. El capital es global.

O fíjense en Puigdemont. Se creía que el poder de Cataluña estaba en el Parlament y luego, cuando el Art. 155 demostró que era un espejismo, se pensó que residía en Waterloo, cuando en realidad allí solo quedaba ya un símbolo. El símbolo de una derrota. El símbolo en sí no es más real que el espejismo. Remite a la cosa que simboliza y esta puede ser una falacia... ¿O es la justicia ciega? Depende, ¿verdad? El símbolo es una construcción imaginaria en todo caso, como lo es la nación o la bandera, que existe mientras que así lo quieran y puedan imponerla un número suficiente de ciudadanos. No es tanto una cuestión de razón como de voluntad y poder. La declaración de independencia de Cataluña fue un acto simbólico, dicen ahora los del procés y la DUI, cuando no pueden consumarla. Cataluña no es un espejismo, pero la nación catalana habita en la utopía.

El traer aquí a Cataluña y a Cs no es capricho. Ambos se retroalimentan. Cs no existiría en su versión actual sin el independentismo republicano catalán, que para eso ya estaban el PP o los nacionalistas integrados. Entendámonos. Según las encuestas, en el próximo futuro, Cs será un espejismo del cambio y el PP el símbolo de la corrupción. O sea, una reestructuración de la derecha.

* Comentarista político