Cuando salí del gimnasio en busca de la merecida recompensa de una cervecita bien fría, me encontré con mis amigos que estaban planeando irnos este fin de semana fuera de Córdoba. Las opciones eran dos: espetos de sardinas o choco frito. Me pidieron que fuera yo el que tomara la decisión y elegí el choco, no por nada en especial, porque Fuengirola me gusta; me siento como si de repente hubieran traído el mar hasta mi casa. Pero elegí Ayamonte, quizás empujado por un deseo inconsciente de alejarme y aislarme todo lo posible por lo que pueda pasar.

Siento como si me hubiera bebido un cóctel de emoción y miedo, algo parecido a cuando te encuentras ya sentado y sujeto por una barra de seguridad antes de que la montaña rusa inicie su viaje. O como cuando alguien con autoridad te anuncia con voz grave que el asteroide 2012 TC4 está en trayectoria de posible colisión contra la Tierra justo el 12 de octubre de 2017. Y a mí no me gustan esas emociones. No las necesito. Prefiero la inquietud de si ese fragmento de ADN que acabo de clonar contiene el gen que busco. O si mi hipótesis preferida para explicar qué es todo esto del mundo y la realidad acaba siendo demostrada por algún físico loco que busca indicios de que todo esto no es más que una simulación virtual dentro de un ordenador.

Ojalá mi hipótesis fuera cierta. Me aliviaría emocionalmente ante la penosa carga de aceptar el destino que se nos viene encima. La manida imagen del choque de trenes se va a quedar corta. Aunque muchos apelan al sentido común y la cordura, un deseo irracional por encontrarse con el fatal destino parece haberse instalado en la mente de los maquinistas de estos trenes en los que viajamos todos.

No por casualidad, llevo días escuchando el último descubrimiento musical que me hizo mi amigo: Islamabad, la canción que abre Zona Temporalmente Autónoma, la última obra de Los Planetas.

Su desgarradora melancolía ha encontrado su sitio en la mía, en la melancolía por lo no vivido, en la melancolía por lo imposible, que es la peor de las melancolías: «Ahora tú lo que quieres es dividirnos / Porque tienes miedo de perder tu sitio / Sabes que sin violencia estarías perdido / Y le metes tu mierda de miedo en el hocico / A los ignorantes y a los corrompidos / A gregarios y serviles a los que has dormido...».

Preparando la ropa que me llevaré al viaje me he tropezado con un paquete de tres pares de calcetines que me regaló mi sobrino porque a él le parecieron muy atrevidos después de habérselos comprado. Descubrió que tenían una pequeña bandera de España a la altura del tobillo. Al verlos me ha dado un vuelco el corazón. Y me los he puesto directamente. Hoy los llevo y tengo otros dos pares más hasta el domingo. Quiero empezar el mes de octubre con la protección de mi bandera. También he decido recuperar aquella bandera con la que animamos a la selección cuando ganamos el Mundial de Fútbol. Y aquella que me regalaron en Berkeley por mi cumpleaños porque pensaron mis compañeros de laboratorio que me ayudaría a sobrellevar la nostalgia de mi país. Y las voy a poner en mi balcón.

Basta que nos amenacen para que descubramos lo que más queremos. A mí toda esta pesadilla que estamos viviendo me está ayudando a descubrir las cosas verdaderamente importantes. Algunos amigos que han vivido y superado un cáncer ya me lo tenían advertido. La vida brilla después con más energía. Y descubres una extraña habilidad para valorar y disfrutar de las cosas importantes. Estoy seguro de que, si sobrevivimos a este cáncer de los nacionalismos, nos encontraremos con un país más vivo y luminoso, y sabremos amarlo sin complejos.

Sé que algunos me van a tachar te fascista. Pero como voy a compartir ese calificativo con gente como Miguel Ríos o Joan Manuel Serrat, la verdad es que me da igual. ¿Por qué está bien decir «Visca Catalunya» y decir «Viva España» es de fascistas? Ya no lo entiendo. Así que, camaradas monárquicos o republicanos, constitucionalistas todos de corazón: Viva España.

* Profesor de la UCO