España no es Grecia. Es legítimo subrayar las coincidencias entre ambos países, pero las diferencias son notables. Sin embargo, el resultado de las elecciones griegas ha tenido un gran impacto en los ambientes políticos y mediáticos españoles e incluso en la opinión pública. Y la pregunta que está en el aire es si en España se dan las condiciones que pueden propiciar un cambio político drástico como el que se ha producido en el país heleno.

Para responderla es preciso empezar recordando el estado de ánimo de la población. Los sondeos confirman tajantemente que una amplísima mayoría de la ciudadanía rechaza abiertamente el comportamiento de los partidos instalados, no cree en sus dirigentes, está harta de la corrupción que estos han protagonizado, confía muy poco en las instituciones, ve con fuerte pesimismo el presente y el futuro de la economía y amplios sectores denuncian carencias insoportables en su vida cotidiana.

De esas informaciones cabría deducir que una gran mayoría de españoles vería bien que se produjera un cambio de la situación actual y, concretamente, un profundo relevo de la clase política dirigente. Está claro que existen diferencias muy grandes respecto de las soluciones que unos y otros prefieren. Es decir, que la gente, cuando menos mucha gente, sigue siendo de derechas, de centro, de izquierda o nacionalista, y que lo va a seguir siendo. Con todo, la novedad, indicadora de un profundo fracaso del sistema, es el rechazo transversal de la actual manera de hacer política y de quienes la hacen. Y esa actitud puede servir de base para un proyecto rupturista. Como el que ha ganado en Grecia.

No hay duda de que el desapego de la mayoría del electorado hacia los partidos a los que hasta ahora ha votado va a contar. Y probablemente mucho. Tal vez en direcciones distintas, aunque en España las opciones se reducen al no existir propuestas ultranacionalistas y xenófobas que en otros países europeos atraen ese voto de rechazo.

Es también evidente que los mayores partidos no están en las mejores condiciones para revertir esa situación. El PP está atascado, parece incapaz de salir de la dinámica que le ha llevado a que la mitad de sus electores del 2011 sigan diciendo que no le van a volver a votar. El único recurso con el que parece contar, aparte de la inercia electoral que siempre favorece al partido gobernante, es el de la propaganda. Y hasta esta a veces le sale mal. Como ha ocurrido con su convención de este fin de semana.

Porque dos días antes de su inicio, Luis Bárcenas salió de la cárcel, los medios se lanzaron sobre la noticia, entre la gente volvió a cobrar fuerza la idea de un PP corrupto y lo del optimismo económico quedó arrumbado. Porque José María Aznar fue llamado para que su discurso simbolizara la unidad del partido y lo que hizo fue proclamar la distancia que le separa de Rajoy. Y porque el día del cierre Syriza ganó en Grecia y el Rajoy que había viajado a Atenas para apoyar a su correligionario Samarás quedó en muy mal lugar. Y ahora el PP tiene que cruzar los dedos para que el Gobierno de Tsipras fracase antes de que lleguen las generales españolas. Lo cual puede perfectamente no ocurrir.

Respecto del PSOE, no es fácil saber lo que ocurre en su interior, pero parece bastante claro que su nuevo secretario general no está logrando frenar de manera contundente la caída de la imagen popular del partido que se encontró a su llegada al cargo. Responda a lo que responda la convocatoria de elecciones anticipadas en Andalucía, la iniciativa transmite un mensaje claro: el de que Pedro Sánchez no manda sobre Susana Díaz. Y eso deteriora mucho su intento de convertirse en un líder. Por su parte, Izquierda Unida parece haber iniciado una marcha imparable hacia la autodestrucción y UPD camina hacia la marginalidad, cediendo a Ciudadanos el espacio que el partido de Rosa Díez trató en su día de ocupar.

En cambio, Podemos navega hacia adelante y no se ve de dónde podría surgir el obstáculo que habría de frenarle. Al menos hasta que se celebren las elecciones generales. Que luego ya se verá. Sin embargo, no parece probable que Podemos pueda jugar el mismo papel que sus amigos de Syriza han protagonizado en Grecia. Entre otras cosas, porque le haría falta que al PSOE le ocurriera lo mismo que al Pasok, es decir, que se hundiera en la irrelevancia. Y aunque no se puede descartar que eso pueda pasar a medio plazo, no es probable que se produzca en lo que queda de año.

En definitiva, que todo indica que la salida por la que han optado los griegos no se va dar en España. Cuando menos, de forma tan tajante. Pero también está claro que nuestra relación de fuerzas políticas va a cambiar sustancialmente, que un nuevo actor, Podemos, va a entrar con pujanza. La suerte parece echada al respecto.

* Periodista