La selección española de fútbol logró ayer un ajustado triunfo sobre Irán que le coloca a las puertas de las rondas finales del Mundial de Rusia. La clasificación para octavos de final podría sonar a poco para La Roja si se retiene aún en la memoria el campeonato conquistado hace ocho años en Sudáfrica, pero para darle su justo valor cabría recordar que en la anterior cita, en Brasil 2014, no pasamos de la primera fase. Es cierto que lucir una estrella sobre el escudo de la camiseta da un plus de responsabilidad y obliga a aspirar a altura de miras, y en este caso España no puede ni debe escurrir el bulto de ser una de las favoritas a volver a alzar la Copa del Mundo; además, la selección abandera a la que está reconocida como la Liga más potente del planeta, y eso te exige. Pero este grupo ha arrancado el Mundial en unas concidiones de excepcionalidad al perder nada menos que a su seleccionador, al propietario de los «derechos de autor», como calificó Fernando Hierro a Julen Lopetegui, y eso desmonta cualquier apriorismo. España en estos primeros partidos no solo se las ha tenido que ver con la Portugal de Cristiano Ronaldo y la muralla y el fútbol primario iraní, también ha tenido que adaptarse a tener que rehacerse sobre la marcha de un problema de calado. Y de momento ha respondido. Solo le queda rematar la faena.H