La paz --explicaba a mis nietos-- no es bandera blanca en campo de batalla, ni es rendirse ante el enemigo, tampoco una palabra que esperemos les toque lograr a otros y nos llegue a nosotros como una bendición del cielo. La paz es tener el coraje de ganar esas batallitas a las que la vida nos va enfrentando cada día con nosotros mismos y con los demás. Es cierto que la paz mundial corresponde a los magnates del mundo y hoy día lo vemos y lo oímos en todos los medios. No obstante, los hombres --I. Newton-- construimos demasiados muros y no suficientes puentes. Y basta reflexionar unos instantes para comprobar que esto es así. Foros, debates, tertulias y hasta en las colas del supermercado, la liamos por la menor cosa, y no digamos entre parejas, hijos, amigos, futboleros etcétera. Nos toca a todos y cada uno crear espacios de paz, partiendo de que todos somos personas y no ideas, ni fans de unos o de otros, ni competidores de estadio alguno y sobre todo, no creyéndonos en posesión de la verdad, descalificando, insultando e incluso agrediendo al que opina lo contrario. Pequeños espacios de paz que no serán tales si no van acompañados de equidad, justicia, solidaridad, libertad... La paz, este bien hoy tan anhelado, mas que ganarlo en campos de batalla, hay que prevenirlo. Es decir, la mejor forma de ganar una guerra es evitarla, algo que no sucede por mero deseo, sino que como acontece en todas aquellas cosas que suponen bienes y valores para la humanidad, hay que promover espacios que favorezcan una cultura de paz en todos los ámbitos, espacios que eduquen con fines personales y sociales, espacios de convivencia en respeto y fraternidad. Y digo como P. Neruda: Yo no vengo a resolver nada. Yo vine aquí para cantar y para que cantes conmigo.

* Maestra y escritora