EEl italiano M. Ricalcati publicó en 2014 un libro titulado L’ora di lezione. Per una erotica dell’insegnamento (Einaudi, Torino), en el que, basándose en tres grandes personajes de la mitología grecorromana, distingue otros tantos tipos de docencia o, mejor dicho, de enfrentar la enseñanza: la Escuela Edipo, la Escuela Narciso y la Escuela Telémaco. El primero alude al modelo autoritario, tan característico de la segunda mitad del siglo XX en España, bien retratado por la literatura y el cine, que dejó por el camino algún que otro trauma y que paradójicamente muchos miran hoy con cierta nostalgia. En él la potestad del profesor o del maestro no se discutía, y el sistema docente destacaba por su fuerte jerarquización, su sentido extremo de la moral (cristiana y católica a ultranza, por supuesto), y su carácter represivo. ¿Quién, que tenga ya cierta edad, no recuerda las famosas palmetas y su efecto sobre los dedos ateridos en días de frío, o las bofetadas extemporáneas, que a veces se convertían en verdadera paliza? Profesores y maestros eran de alguna manera sustitutos del padre, casi con poder absoluto, y los alumnos tenían la obligación de obedecerles, sin cuestionar en ningún momento sus decisiones; algo que tampoco hacían los progenitores. Oficialmente, en dicho modelo no cabían ni el pensamiento crítico ni la insubordinación, en beneficio de la gris uniformidad totalitaria, si bien --es preciso reconocerlo-- en ningún momento llegó a anularlos; más bien, con frecuencia, todo lo contrario, supuesto que en muchos casos dicha forma de hacer fue acompañada de una óptima formación. El combativo mayo del 68 y la gran revolución pedagógica de los años 70/80, protagonizada precisamente por hombres y mujeres que habían sido educados de aquella forma, así lo demostraron.

Surgiría así, en opinión de Ricalcati, la Escuela Narciso, que en España, tan dada a las reformas educativas que se pretenden falazmente revolucionarias y definitivas cada vez que entra un nuevo gobierno, alcanzaría su máxima expresión con la Logse y la promoción automática. En palabras del autor italiano se trata de un tipo de escuela en el que resulta muy difícil distinguir los roles, por cuanto los padres se alinean con los hijos y dejan a los profesores y maestros en total soledad, pretendiendo de paso que enseñen, eduquen y suplan sus flagrantes dejaciones y carencias, propias de la dramática crisis de la familia (también, transformación del concepto y de su realidad material) que vivimos estas últimas décadas. Como consecuencia, muchos de los docentes, renunciando al sentido de la autoridad de que los investía el sistema anterior, optan por mimetizarse con sus alumnos, por vestir y peinarse como ellos (los que aún tienen pelo, claro), por tatuarse desaforadamente como los que más, por hablarse de tú, o por llegar al «colegueo», hasta el punto de compartir espacio en las redes sociales; algo que ha alcanzado estos últimos años su expresión más llamativa y sorprendente en la propia Universidad, y, de rechazo, también en la política, como bien evidencian a diario su ética y su estética. Todo ello ha influido de forma notable en la pérdida de credibilidad y de prestigio de la profesión docente, que, denostada por muchos y despreciada por el resto, ha de hacer cotidianamente esfuerzos ímprobos por justificarse.

Dadas las limitaciones y deficiencias (en buena medida contrapuestas) de las Escuelas Edipo y Narciso, el modelo ideal según Recalcati sería el Telémaco, que, evitando errores añejos, debería nutrirse de profesores sólidamente formados, docentes de vocación y de pasión, capaces de afrontar la enseñanza desde la credibilidad, la implicación, la solvencia, la innovación y la energía, en permanente colaboración con los padres y evitando su ausencia (Telémaco sufrió la de Odiseo). Se revela, pues, vital la sinergia entre unos y otros. Quizá sea ésta la fórmula no solo para mejorar la enseñanza en España, sino también para poner freno a problemas estremecedores que hoy viven la escuela y los jóvenes, entre los cuales el bullyng, la incomunicación y el aislamiento, la dependencia enfermiza del móvil, o su fácil caída en manos de desaprensivos cibernéticos, como los que sostienen y alimentan ese engendro del diablo que se conoce como Ballena Azul. Es hora de que los docentes nos replanteemos cómo afrontar de cara al futuro la enseñanza con un nuevo tipo de alumnos que tienen acceso directo a los datos y la información, pero que en muchos casos carecen de mecanismos intelectuales, de estructura mental para discriminarlos, asimilarlos y someterlos a crítica (también de interés), porque la mente humana no puede renunciar a su capacidad de abstracción. Un gran reto, en definitiva, que vuelve a ser cosa de todos.

* Catedrático de Arqueología UCO