La sociedad del conocimiento es una realidad cada vez más palpable. La gestión del conocimiento con objeto de transformar el mundo es la esencia de la innovación. Y la innovación es a su vez fundamental en la estrategia de búsqueda de soluciones óptimas (máxima eficiencia) para el mundo de la industria y la economía y para la vida en general. Jugar, investigar y producir cosas nuevas, y maneras diferentes de hacer las cosas, es un paso previo para luego poder elegir o dejar que sobrevivan las más eficientes.

Eso es algo casi de sentido común; tan de sentido común es que algunos lo creen a pie juntillas y lo llevan aplicando siglos a sus vidas y a sus economías. Pero lo que a veces se nos olvida es las consecuencias, los daños colaterales de la aplicación de esos principios. Ahora, un informe, conocido como España en el mundo 2033 , encargado por la consultora PWC y dirigido por Javier Solana, exministro de cultura y exsecretario general de la OTAN, abunda sobre el tema y avisa del futuro que nos espera.

El análisis que se muestra en dicho informe parte de que la innovación es la base de todo, o por lo menos es la base de una economía basada en la búsqueda de la máxima eficiencia y el máximo crecimiento. Y es un análisis que pretende ser objetivo, por lo que con dicha objetividad se muestra el futuro probable en toda su crudeza, con los aspectos positivos y también con los negativos.

Mirada la innovación desde una perspectiva positiva, las consecuencias son obvias: una aceleración en el ritmo de los avances y los descubrimientos, una mejora en el rendimiento, la eficiencia, la velocidad de los procesos, la facilidad de la comunicación, la mejora en las cotas máximas de calidad de vida, etcétera, etcétera.

Pero no es todo tan sencillo. Hay consecuencias negativas. Una de ellas, muy contundente, es que el 47% de los empleos actuales están en situación de alto riesgo y probablemente desaparezcan. Con la automatización y la robótica desaparecerán muchos trabajos en la agricultura, la industria y los servicios. El mapa laboral cambiará por completo, ya que la mayoría de los nuevos trabajos se encontrarán en ciudades y regiones innovadoras que concentran los trabajadores altamente cualificados. Ahí es donde tendrá lugar el crecimiento económico sostenido sobre la base de la innovación. Ahí es donde se acumulará la mayor parte del valor añadido.

El resto, o sea la mayor parte de la sociedad, trabajará y vivirá para esa minoría valiosa. Se dedicará al sector servicios, realizando tareas menores de cuidado y mantenimiento de esa élite creativa, innovadora que catalizará los flujos de energía, valor y riqueza en la sociedad. Porque no habrá clase media, ya que los salarios seguirán bajando mientras la riqueza seguirá acumulándose en cada vez menos manos.

El informe Solana dibuja un panorama en blanco y negro de una sociedad donde el ganador se lo lleva todo, de forma similar a como ya ocurre en el mundo del fútbol o en la música o en la economía global en la que algunos individuos manejan presupuestos mayores que la mayoría de los estados. Ante ese futuro probable, surgen algunas preguntas: ¿es esa transformación social compatible con la democracia?, ¿aceptaremos democráticamente una sociedad con una casta de innovadores y otra de esclavos? Y si resulta inevitable que haya países de innovadores y países de esclavos, ¿a qué categoría de país queremos pertenecer?

* Profesor